Llueve. Hoy ha amanecido un cielo gris y plomizo, un cielo más de estaño que de plomo, parafraseando a Chesterton, y mientras me secaba frente al espejo he tenido un súbito acceso de deseo, de pura necesidad física de reencontrarme con Roma y con la Via Giulia, antes de cruzar el río, con mis días de oro y calor del verano en el Trastévere, caminando a la sombra de los muros rojizos, cubiertos de hiedra, en la última semana de junio, como la última vez.
Calor y humedad, y el Tíber que fluye formando la frontera intangible entre la Ciudad y el barrio de los artistas y soñadores, el auténtico "core de Roma", lleno de farolillos que encienden la noche en guirnaldas. Puestecillos con baratijas, músicos callejeros, y gatos. Muchos gatos.
Vuelvo a sentarme en los escalones de la fuente, frente a Santa Maria en Trastévere, y contemplo los arbolillos enanos, (limoneros, naranjos), que adornan las trattorie, plantados en cubetas verdes... La noche se llena, de pronto, del aroma del azahar, y los fuegos artificiales que brotan de la Isola Tiberina iluminan el cielo...
Y mientras, aquí, en la realidad, una ráfaga de lluvia cubre, como una cortina de cuentas sin valor ni brillo, el cristal de mi ventana...
1 comentario:
El invierno romano no es comparable al castellano :P
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