lunes, 28 de diciembre de 2009

Niebla y sal

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos».
(Pablo Neruda. Poema 20)



Puedo escribirte versos azules esta noche,
con las estrellas que tiritan hasta el alba.
Puedo escribir con vaho tu nombre en los cristales,
y borrarlo después con la sal de mis lágrimas.
Yo puedo, yo quiero, pero, ¿y tú? ¿No me quieres?
¿Que importa que la noche esté empapada en plata,
que la ventana sea escaparate de niebla,
que la lluvia golpee en el cristal con fuerza?
Eres tú el que golpea en mi alma, Morgil, mi estrella,
mi oscuridad, consuelo, luz de mi herida abierta.
Eres tú. Sólo tú: Mi noche clara.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Navidad



Ahora, a toro pasado, reconozco que la Navidad tampoco está tan mal, pero sigue sin gustarme. Me imagino que, si estuviera aquí mi sobrina, sería distinto: regañaríamos por dónde colocar las ovejas en el belén, me pasaría el rato devolviendo las bolas de colorines a las ramas más bajas del abeto, y en la tele no faltaría nunca Barbie en un cuento de Navidad ni Epi y Blas...

La Navidad, aparte de las devociones, es una fiesta para niños. Los que, como yo, no parece que vayamos a dejar huella genética en este ancho mundo, me comprenderán cuando me lean: Navidad sin niños es como una maceta sin flores, que decía la copla. Una vez que has crecido lo suficiente para perder ese toque mágico que te hace oír los pasos de los Reyes Magos en el pasillo de casa, la madrugada del 6 de enero, estas fiestas no vuelven a ser lo mismo. Puedes estar silbando villancicos mientras arreglas, muy artísticamente, un centro de mesa con velas y acebo, pero el verdadero espíritu de la Navidad reside en el espumillón, el belén de plástico con un río de papel de plata, y una bandeja sobre la mesa con turrón de chocolate y nada light a la vista.

Así y todo, me esfuerzo en mantener un espíritu festivo en esta Navidad solitaria, y enciendo velas y luces brillantes, y me visto con mis mejores galas para recibir al Niño que nace, como cada año, en un establo y en el corazón de los que creen en Él...



lunes, 21 de diciembre de 2009

Sola


Absurdamente, mi corazón quiere descanso,

sin saber que descansar es morir.

No tengo fuerzas para entregar mi alma,
ni ganas de volver la espalda al pasado;
no quiero, ni puedo, pensar en enamorarme.
Sólo se que termino hiriendo al otro,
que no hay excusas ni advertencias que valgan.
Que quemo y que consumo, como si fuera fuego,
como el fuego que soy, que ningún hielo lo apaga.
No puedo, no quiero, no jugaré de nuevo:
algún día recordarás y me darás las gracias...

domingo, 6 de diciembre de 2009

Domingo en la niebla


Efectivamente, tenía que ser hoy: un domingo cualquiera, pero menos; porque mañana es fiesta y, aparte de por las devociones, tiene vocación de sábado. Un domingo sin sol, envuelto en las brumas de una niebla que es producto del sol de ayer y la humedad de la noche.
Y aquí estaba yo, disfrazada de Cenicienta, pero en la Cenicienta que era antes de calzar el zapato de cristal: afanada frente a la chimenea, limpiando los restos del día anterior, con un delantal rojo y un pañuelo cubriendo mis cabellos. Como suele ocurrir en la vida real, ni yo cantaba mientras trabajaba, ni ninguno de mis gatos me estaba echando ni siquiera una garra. Esperaban, tumbados en la alfombra, a que el fuego volviera a lucir para sentarse enfrente, en una suerte de adoración que repiten cada día, como un ritual pagano. Y ha sido entonces cuando ha sonado el timbre de la puerta, y, con un repentino presentimiento, he sabido que era él, y que el domingo al que se había referido en nuestro último encuentro era éste.
Mientras voy hacia la puerta de la calle, el jardín, tomado por la niebla, me parece un lugar extraño e indistinto. Los álamos recogen en sus desnudas ramas los jirones blancos, como en una película de terror de bajo presupuesto, y el agua de la piscina parece blanquecina, manchada, turbia, con el reflejo de esta luz lechosa que se filtra entre las nubes bajas. La manija de la puerta está perlada por gotas de humedad que me mojan la mano y hacen que se me resbale, con lo que la tarea de abrir se convierte en un juego de paciencia entre la puerta y yo. Por fin nos encontramos, cara a cara, él envuelto en un abrigo demasiado pesado para este clima; yo, a cuerpo, con el delantal aún puesto y la cabeza cubierta. Repentinamente, antes de que ninguno pueda decir nada, él levanta la mano y sus dedos me acarician la mejilla. Al retirarlos, me muestra el índice y el medio manchados de ceniza, mientras se ríe, con una risa franca y dulce que me hace sonreír.
En el salón, ahora vacío, porque los gatos han intuido la presencia de un extraño y han desaparecido en dirección a alguna cama, el fuego recién encendido crepita alegremente en la chimenea. A la escasa luz que entra por las ventanas parece un lugar íntimo, una isla de quietud y de calor rodeada de blanca frialdad. Sin embargo, a pesar de esa invitación tácita que parecen ofrecer los sofás, él me pregunta si no me apetece dar una vuelta, mientras haya luz, porque el atardecer parece estar ahí, acechante, a la vuelta de la esquina, y eso que sólo son las cinco de la tarde.
A regañadientes, acepto salir de mi santuario cálido para enfrentar la niebla y quién sabe qué revelaciones, pero antes me cambio para salir y me lavo la cara. Mientras me miro en el espejo siento ganas de sacar la lengua a mi imagen. Otra vez dejándome llevar... ¿adonde irá este camino, en el que convergen senderos y cursos?
Caminamos. La humedad se me posa en el pelo, en la cara, en las manos, que se van quedando frías, mientras comentamos sucesos triviales; la niebla convierte la calle en un pasadizo que nos dirige directamente hacia el campo. Las casas, a un lado y otro, parecen trazadas con carboncillo en un lienzo vivo, y los sonidos parecen ahogarse, difuminarse...
Al fin, casi cuando estoy pensando en pedirle que demos la vuelta, porque cada vez hay menos luz, una arboleda de encinas nos ofrece un refugio inesperado. En mitad del círculo de árboles hay una gran piedra plana, y, sobre nuestras cabezas, las ramas cubiertas de hojas perennes forman un techo que nos aísla, por un momento, del frío y humedo ambiente.
Inconscientemente, me froto las manos y él vuelve a reirse como al principio y las toma entre las suyas, que están calientes y secas, y, durante un instante largo como un siglo, permanecemos así, quietos, sin mirarnos, casi sin respirar. Yo sé que va a besarme, lo percibo, y cuando sus labios tocan los míos, también helados, siento como un choque eléctrico. Qué fácil es abandonarse a esa dulzura, qué fácil es entreabrir la boca, permitir que el beso se convierta en algo profundo, dejarse llevar hasta quedar estrechada entre sus brazos, apoyada en su pecho, oyendo los latidos extraños de su corazón...
Qué fácil es dejarse amar...


lunes, 30 de noviembre de 2009

Frío.



Amor mío: qué frío se hace el día sin tus besos.
Qué fríos mis dedos, a falta de enredarlos en los tuyos.
Qué helado mi corazón, que late por ti, y por ti sigue latiendo.
Qué noche de escarcha en mi cama, a la fría luz de las estrellas.
Y mientras te espero, sentada en el alféizar, cara a la luna,
siento que, como Alicia, con sólo atravesar el espejo,
esa fina capa de hielo que nos separa,
estaré entre tus brazos helados, para siempre.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Bacardi con limón


Lo mío, ya lo saben mis Lectores Constantes, es el vodka con naranja. Pero ¿que tomo cuando no hay un destornillador a la vista? Bueno, pues casi siempre opto por el ron con limón, y me imagino que estoy en una playa del Caribe, y que mi bebida tiene una sombrillita.
El sábado estaba yo invitada a una cena de esas a las que una se compromete mucho tiempo antes, y a pesar de mi enfermedad me decidí a ir, (acompañada de una nutrida delegación de virus de la gripe, que no me han dejado ni a sol ni a sombra desde hace unos días), por varios motivos, entre ellos que me estaba apolillando de estar encerrada en casa, y, por otra parte, le había prometido a mi hermano que le acompañaría. Así que me abrigué bien abrigadita, porque el evento se desarrollaba un poco más al Norte de donde habitualmente vivo, con bufanda y todo, aunque debajo del abrigo me había puesto mis leggins negros, una túnica con un aire folk de esas que se llevan tanto, que parecen un vestido, y mis botas favoritas, mis botas verdes de media caña, que no combinaban con el bolso, pero qué se le va a hacer...
Lo peor era la ronquera. Me había tomado una dosis de Iniston que, por alguna razón que seguro que explicaba el prospecto adjunto, que no me había leído, me había dejado afónica un día antes. Lo había solucionado, más o menos, gracias al farmaceútico, que me había dado unas pastillas que se deshacían en la boca y me permitían hablar, o por lo menos articular sonidos semi-inteligibles bastante parecidos al croar de una rana. Pero eso, claro, no iba a detenerme, ni tampoco a impedirme que hablara (o lo intentara) en la fiesta. Vamos, es que yo no me callo ni debajo del agua, lo digo sin acritú...
Bueno, pues allí estaba yo, en tierra extranjera rodeada de extraños o casi, porque a la mayoría de la gente no la había visto en mi vida, y a los que había visto los conocía poco o casi nada, pero eso tampoco iba a detenerme, soy una criatura social por naturaleza. Me gustan los desconocidos. Así que busqué mi sitio en las mesas, después de ponerme a disposición de los organizadores con mi voz aguardentosa, y me senté un momento. Hacía unos minutos que me había tomado el medicamento para la gripe, y me sentía un poco mareada. El murmullo de las conversaciones se había elevado hasta el límite de lo insoportable cuando se tiene la cabeza llena de algodón en rama, y de repente ya no me apetecía tanto estar allí. Pero como soy bastante razonable, (a veces, sólo a veces), me imaginé que se me pasaría. Lo que no me imaginaba era que una de las pocas personas a las que conocía en aquel salón iba a sentarse frente a mí en aquel preciso momento. No sé si, instintivamente, supo que estaba en un momento bajo o qué, pero de repente me encontré con la mirada de sus ojos azules clavada en los míos, mientras me preguntaba por mi salud y entablaba una conversación que enseguida tomó el sesgo peligroso de un interrogatorio tipo Stasi sobre mi vida y el estado de mi corazón. Que no sé que me pasa de un tiempo a esta parte, que he pasado de no vender una escoba a encontrar un amor en cada puerto...
Como siempre me pasa cuando me ruborizo, me encontré con que estaba furiosa, furiosa conmigo misma porque, encima, estaba tartamudeando y contestando a sus preguntas, todo en uno. Y no podía echarle la culpa al alcohol, porque aún no había bebido nada, así que debieron ser las drogas: el paracetamol podría tener en mí los efectos de un suero de la verdad, si a eso vamos.
Gracias a alguna divinidad indulgente, no estábamos sentados a la misma mesa durante la cena, por lo que tuve tiempo de recomponer mis maltrechas defensas. Mientras tomaba el entrante, hice cálculos mentales sobre lo que diría para arreglar todo lo que había confesado. El plato principal volvió a la cocina prácticamente sin tocar, (no soporto la vista de la sangre... en la comida, y al cortar el filete estuve a punto de gritar pidiendo un botiquín o una simple tirita), así que me concentré en el postre, un hermoso, frío y poco apropiado, tanto para las fechas en las que estamos como para un organismo en el que se ha cebado la gripe, helado de chocolate. Pero lo que de verdad me devolvió a mi estado natural fue el Bacardi con limón que bebo a falta de otra cosa, como os contaba al principio.
Así que, cuando me levanté para participar en el bullicio de la fiesta, ya era otra vez yo misma, con mi sonrisa pintada en la cara, mis nervios templados, sujetando el vaso de ron con limón como si fuera un apéndice de mi mano. Entonces, cuando él volvió a la carga, no hubo dudas ni tartamudeos. Simplemente conversamos como dos duelistas que manejan el florete con la misma maestría y nunca se llegan a tocar. Sólo al despedirnos, cuando se alejaba hacia su coche, él se volvió y me lanzó la última flecha: 'Nos vemos el domingo'. Y tuve que reconocerle el 'touché'.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Pleamar



La habitación está en penumbra, y llena de susurros. Pero el calor no está en la habitación, sino dentro de mí, como si tuviera una hoguera en el pecho y las brasas se hubieran repartido por mis miembros, hasta alcanzar las puntas de los dedos de manos y pies. Y duele. Duele toser, duele el roce del camisón contra la piel; el peso del edredón de plumas es como una losa ardiente, y la almohada parece empeñada en mantener una lucha constante contra mi cuello y mi nuca, cambiando de forma para no permitirme descansar...

El agua fresca, en un vaso sobre la mesita, se me figura estar a mil kilómetros de distancia, por supuesto que no tengo fuerzas para levantar la mano y alargar el brazo hasta allí, tendría que haber sido el tipo ese de los Cuatro Fantásticos para poder hacerlo. Pero lo intento. Y a la vez que lo intento, mis ojos están empeñados en no dejarme enfocar los objetos más cercanos. Se me plantea la disyuntiva de coger el vaso casi a ciegas o perder parte de mis energías alcanzando las gafas, porque, por supuesto, no tengo puestas las lentillas. Así que mi mundo está borroso e indistinto, una habitación como una nebulosa.
El Espacio, la última frontera... Bravo por la tripulación del Enterprise...
He debido quedarme dormida mientras reflexionaba sobre esto, porque cuando vuelvo a abrir los ojos está oscuro y alguien ha encendido la lámpara sobre la mesita de noche. El vaso ha desaparecido, y ya no siento tanta sed, ni tanto calor, como si la fiebre hubiera obedecido una ley inversa a la de la marea y, en vez de elevarse con la noche, hubiera descendido, como la bajamar...

Seguramente gracias a la acción de los medicamentos, también mi capacidad olfativa se ha agudizado, y el perfume dulzón del Vicks VapoRub enturbia todos los demás olores a mi alrededor, pero no lo suficiente como para no percibir esa mezcla de madera y almizcle que casi llevo impresa en mi propia piel. El estrecho círculo de luz de la lámpara de noche alcanza a tocar la butaca del rincón, donde suele terminar mi ropa cada noche, cubriendo la cabeza del peluche, un mapache de peluche enorme que suele ser el testigo involuntario de mis cotidianos strepteases, pero esta vez no puedo distinguir la mancha amarilla y negra en la que mi miopía convierte su graciosa figura. No. Hay alguien allí sentado, y no necesito mis gafas para saber que es él.
Siento, de repente, un gran cansancio, y acaricio la idea de gritar para que venga mi madre y le ponga de patitas en la calle, mientras otra parte de mí ya sabe que, cuando abra la boca, será para decir 'mira lo que ha traído el gato', mientras intento fingir indiferencia... Cuando esto ocurre, apenas reconozco el graznido en el que se ha convertido mi voz. Él se levanta, casi con precipitación, y es como si un tornado se abriera paso por mi cuarto: el mapache de peluche, (o mejor, la mancha amarilla con topos negros) sale disparado hasta chocar contra el armario, mientras la mesilla se tambalea y me alegro que el vaso de agua ya no esté allí, para no añadir una inundación al previsible desastre que ocurrirá tarde o temprano, mientras él recorre los escasos dos metros que le separan de mi cama. Pero, increíblemente, el desastre no se produce.
Me acabo de dar cuenta de que tendré un aspecto bastante horrible, pero qué más dá. Ya me he abandonado al Destino, no voy a escucharle, no pienso darle ni una oportunidad más... Pero cuando su peso convierte en una pendiente el borde de mi cama, ya no estoy tan segura de nada. Y cuando se inclina sobre mí, el rostro tan pálido, sus ojos grises fijos en los míos, los finos labios apretados, la pura imagen de la seriedad, mi corazón está a punto de estallar, no sé si de tristeza o de alegría. Y cuando sujeta mi mano en la suya, y me besa en la muñeca, sé que no hay nada que hacer, que estoy maldita, que pase lo que pase nunca podré alejarle de mí...

viernes, 30 de octubre de 2009

Naufragio

Hacía ya muchas noches que no me acostaba así: sintiendo como la cama se eleva y da vueltas, como la de la niña de El Exorcista, mientras mi pobre cerebro se mueve en dirección contraria, a la misma velocidad; y con el corazón latiéndome en las sienes. ¿El culpable?: 1/3 parte de vodka, 2/3 partes de zumo de naranja. En una palabra: destornillador. O mejor, una caja de herramientas enterita...
No estoy borracha. Simplemente, el grado de alcohol en sangre es demasiado elevado para una persona de mi peso y complexión. Pero no estoy borracha. Yo NUNCA me emborracho. Sé perfectamente lo que hago, intento no dar un traspiés que me lleve al suelo, y mientras camino hacia mi cama voy apoyándome en la pared del pasillo, a falta de un hombro en el que dejar caer mi peso, a falta de unos brazos que me sostengan, a falta de una boca que besar un momento antes de traspasar la puerta, con un beso que es un adelanto de lo que ocurrirá hasta la mañana. Pero mejor así: tengo demasiada dignidad como para permitir que nadie me vea perder la verticalidad y caer al suelo.
Dios, qué le habrá dado a esta habitación para dar tantas vueltas a mi alrededor. Ahora, parece que va un poco más lenta, y yo reflexiono sobre lo que ha pasado. Si ayer mismo, por la tarde, me hubieran dicho lo que ocurriría, cómo esas palabras atravesarían el cerco de mis dientes, no lo hubiera creído. Y es que, dentro, muy dentro de mí, la criatura cobarde que me habita ha estado impidiendo hasta ahora que esto suceda. Pero, de alguna manera, quizás porque 'in vino, veritas', me he comportado como siempre he deseado hacerlo. Y las cosas han quedado claras, nítidas, como esculpidas en hielo, ese hielo que se iba fundiendo en el vodka, ese mismo hielo que cubre tu alma y que mantiene frío tu helado corazón.

jueves, 29 de octubre de 2009

Otoño


Como cada vez que llega el otoño, siento esa imperiosa necesidad de marcharme, de dejar todo lo que hago y lo que me rodea, lo que tengo y lo que me hace ser como soy; simplemente echar a andar hacia un destino en el que nadie me conozca, en el que pueda ser yo, o el yo que vive en mí y que pocas veces muestro.
No lo hago nunca, y no se por qué. No me detiene ni el amor, ni la necesidad ni el remordimiento. No se muy bien lo que es la fidelidad, excepto la fidelidad a uno mismo que vivo cada día, que es mi credo y mi más profunda convicción. Supongo que no estoy preparada para emprender ese viaje, que todavía hay cosas aquí que tengo que vivir y soñar, sentir y sufrir, amar y disfrutar.
Me siento como un soldado curtido en mil batallas, con la piel cubierta de cicatrices, que aún empuña su arma, preparado para seguir luchando, pero deseando la hora del armisticio, si es posible con la victoria de su lado. Dejar las trincheras para marchar lejos, poder abandonar la armadura, porque ya no la necesitaré.
Temo que un día me decida y me lance, sin pensar, hacia delante, sin mirar lo que dejo. Hoy, enredada en este amor que tiene más de desamor que otra cosa, en este absurdo perseguir tu fantasma, me imagino que corto estas débiles amarras y hago zarpar el barco de mi vida.
No queda mucho para que ni siquiera seas un recuerdo en un trozo de papel.

Y un último apunte: hace unos días, una amiga, al presentarme a unos amigos suyos, lo hizo como 'Alawen', y al ir a rectificar, dijo: 'es que no me acostumbro a llamarte por tu nombre'. Será que mi AKA es más mío de lo que yo creía...


miércoles, 21 de octubre de 2009

De la mano de mi ángel



Yo no sé si os ha ocurrido alguna vez, que habéis sentido la presencia de vuestro ángel de la guarda más cercana que nunca... No me refiero a eso que se dice cuando alguien se salva de forma milagrosa de un accidente o enfermedad, sino a esos momentos de pura y completa soledad en los que el corazón se sobrecoge, encerrado en sí mismo, intentando escapar del dolor y del miedo, y entonces, casi imperceptible, el roce de un ala te acaricia la mejilla, y las lágrimas se detienen y es como si se hubiera encendido una pequeña llama de esperanza en medio del pecho.

Pero no es eso lo que os quiero contar. Mis sueños son como pasadizos a otros mundos, a otros lugares que no conozco, o que si conozco no tengo memoria de ellos. Mis sueños suelen comenzar, como ya he contado, cuando camino por una calle conocida y doblo una esquina hacia lo desconocido... Yo caminaba por mi calle, cuesta abajo, hacia un lugar donde hay un pequeño grupo de almendros amargos, que en primavera se cuajan de flores. Las casas conocidas, a un lado y a otro, se fueron distanciando, y poco a poco me adentré en un paisaje campestre que bien podía haber sido pintado por un prerrafaelita. De pronto, tuve consciencia de que no estaba sola, sino que iba conversando tranquilamente con alguien, que me llevaba de la mano. No puedo recordar su rostro, una vez más, y eso me consume en las horas de vigilia, cuando, como casi todas las noches, permanezco insomne en mi cama, contemplando como pasan las horas muertas mientras el resto del mundo duerme.
Mi compañero, del que guardo, como digo, un recuerdo vago, sonreía, sonreía siempre, mientras yo intentaba saludar a la gente con la que nos cruzábamos: unas veces eran conocidos y otros eran completos extraños, a los que yo, por alguna razón que tenía esa lógica ilógica de los sueños, intentaba hacer señas. Pero nadie me respondía, y, por fin, mi sonriente acompañante dijo, como quien comenta que va a llover, que nadie iba a responder a mi saludo porque no podían vernos. Porque yo estaba muerta, y era mi espíritu el que caminaba por el sendero desconocido. Y él era mi ángel, que me guiaba en mi camino.
Si tuve miedo o tristeza, no lo recuerdo. El único sentimiento que cabía en mi alma era la alegría, un gozo que parecía volver todo más brillante, como la luz última del sol bajo los árboles. Y mientras seguía sin temor a mi compañero, sentía su mano cálida en la mía...

martes, 20 de octubre de 2009


Tus dedos, como los dedos de la lluvia, me recorren la espalda.
Tus finos, delicados dedos; esas manos que reconozco al instante,
sólo con sentir su tacto.
Tus manos, tus brazos que me envuelven;
tus brazos, que me someten,
gentilmente, dulcemente, contra tu pecho,
y escucho latir tu corazón al compás del mío,
mientras mis lágrimas se secan contra tu camisa;
mis lágrimas como la lluvia de Otoño.
Y tú y yo somos sólo lluvia.

lunes, 19 de octubre de 2009

Volviendo a mis orígenes...


Echo la vista atrás, a mi lista de entradas, y veo que, de un tiempo a esta parte estoy más prolífica, será quizás que tengo más ganas de contar cosas o que vamos entrando irremediablemente en el Otoño más desapacible, y con el cambio de tiempo mi alma muda, como un pájaro que vuela hacia el Sur ante los primeros fríos.
También es posible que ya hace bastante, más de un año, que he dejado de hacer experimentos emocionales para centrarme en mi miseria y mi tristeza, dicho esto sin ánimo de buscar consuelo, sino simplemente constatando un hecho. No puedo, no quiero abandonar el estado en el que me encuentro, en el que soy tan feliz siendo tan desgraciada.
Vamos, no es que me dedique a llorar por los rincones; siempre he creído lo que decía mi madre sobre las lágrimas, que derramar unas cuantas es bueno y necesario, pero que pasarse el día llorando lo único que hace es destrozar los ojos, y ¿que haré si no me quedan ni ojos para llorar?

Me recuerdo a mí misma escribiendo casi cada día, en una libreta de muelle, en mi Diario, contando lo que me ocurría, o simplemente lo que se me ocurría. Escribiendo cuentos y versos, explicándome a mí misma los pormenores de mi vida adolescente. Hace tanto tiempo ya, y parece que estuviera al alcance de la mano. El colegio, el instituto, donde tan buenos y tan malos ratos pasé, como todo el mundo, porque la adolescencia es como una posesión diabólica, te sientes diferente de todos y de ti misma, no sabes lo que quieres, o quieres algo que no sabes lo que es. Y nadie puede ayudarte, tienes que despertarte un día y comprobar que todo ha vuelto a su lugar dentro de tu alma.

Pero estoy escribiendo esto, rápidamente, casi sin pensar, porque mi mente está centrada en él. Un fin de semana transcurrido y otra oportunidad perdida para hacer algo; no me gusta la inactividad ni la espera. Pero cuando no se espera, se pierde la esperanza. Si todo quedara claro podría ser estupendo... o un completo desastre... Así que, mientras juego con las expectativas como un gato con un ovillo de lana, envolviéndome en ellas, sigo manteniendo la fe en que lo que somos tendrá un final feliz, bueno, un final no, un principio...
Será que todavía creo en los cuentos de hadas...

domingo, 18 de octubre de 2009

Postales: Edimburgo II (Míster Sherlock Holmes)


Me diréis, y no sin razón, que Sherlock Holmes tenía su casa en Londres, concretamente en el 221B de Baker Street... pero he aquí que, al tercer día de estar en Edimburgo, y justo detrás de mi hotel, por pura casualidad, me encontré con esta estatua en la calle, (Picardy Place, que le dicen) donde Conan Doyle había nacido... y yo había pasado tres días sin saberlo...
Cualquiera que tenga una mínima relación conmigo sabe que Sherlock Holmes es uno de mis personajes favoritos de la literatura. Incluso, rellenando uno de esos estúpidos (y divertidos) tests en Facebook, lo nombré como 'mi amor imposible' (lo que llevó a algún amigo a reírse de mí, con cariño y eso, pero cachondeito hubo...). Pues sí, para que negarlo, me encanta este hombre tan frío y tan lógico, científico y misógino, como me encanta Spok, qué le voy a hacer, me atraen los tipos sin sentimientos y con sangre verde en las venas... Creo que uno de los momentos más felices de mi vida fue el descubrimiento de una serie de Granada TV, protagonizada por Jeremy Brett, (que Dios tenga en Su Gloria), que sigue, casi fielmente, los relatos detectivescos de Conan Doyle, (que escribió más cosas, de Historia y tal, pero cuya inmortalidad debe a este personaje al que odiaba cordialmente, y al que intentó asesinar, algo que nunca podré perdonarle, ni con la redención de resucitarle para nosotros, sus lectores)
Aparte de la atracción que ejerce sobre mí el personaje, el ver un monumento a alguien que no era un asesino caníbal, en Edimburgo, fue un cambio refrescante. Después de haber tomado el lunch en el edificio en el que Deacon Brodie, (personaje en el que Stevenson se inspiró para dar vida a su Doctor Jeckill), alguacil de día y asaltador de caminos de noche, había vivido; después de fotografiarme a la sombra de la fuente que señala el lugar en el que se ahogaba a las brujas; después de leer esquelas y epitafios en honor de masones ilustres, el encontrar en efigie a un recto servidor de la Ley, un hombre que había dedicado su vida a perseguir el crimen, un héroe, aunque sea de ficción, que representa a los Hijos de la Luz, fue como un hito que me hizo contemplar la sombría capital del norte con otros ojos.
Para mi disfrute total, enfrente del monumento hay un pub, cuya imagen podéis ver más abajo, en el que, a la salud de Sherlock Holmes, nos tomamos una pintas...



(Dedicada mi amigo el Cowboy en paro, con mucho cariño. Marce, no cambies nunca)


sábado, 17 de octubre de 2009


Me desvanezco,
bajo la lluvia artificial, caliente,
que me besa la piel como tus besos...
Me desvanezco
en la niebla con olor a flores
que se levanta bajo mis pies...
Mi cuerpo,
atrapado en una jaula de agua;
mi espíritu, liberado de su hechizo ...

martes, 13 de octubre de 2009

Emilio


Casi no te recordaba,

ni al prado, o las mariposas:
Yo misma, en mi vestido de domingo,
parecía una de ellas, entre la hierba alta.
Siete años en flor, te miraban mis ojos
y veían en tus diez la madurez y el orden.
Hoy encontré una carta en el armario,
en la que te juraba que te amaría siempre.
Nunca te la envié.
¿Donde estará mi amado, Emilio niño,
el que contaba cuentos y tejía coronas
de blancas margaritas y me hacía su reina?
En mi recuerdo está junto a una fuente,
en un día de sol, tras la Misa de doce,
mientras el río corre abajo, entre zarzales,
y yo canto en voz baja, y él me besa los dedos.

lunes, 12 de octubre de 2009

Juguetes viejos...

Una foto mía, supongo que debía tener 3 ó 4 años cuando me la hicieron, posiblemente en la guardería, encontrada en una caja llena hasta los bordes de fotos antiguas. Me he cubierto de polvo al sacarla del estante en el que estaba, olvidada, como si tuviera la intención de perderme el pasado que esas fotos representan... Me miro y me reconozco, ya que sigo siendo yo; ahora con más años, pero la mirada a la cámara es la misma: una mezcla de timidez y desconfianza, porque siempre salgo fatal en las fotos. Qué le vamos a hacer.




Hago un esfuerzo por recordar aquellos días, pero es inútil. Mi memoria parece tan perdida como estaba esta foto, simplemente no tengo recuerdos de la infancia, o al menos los que tengo son como la fotografía: imágenes fijas, sin color ni sonido, como si el mundo hubiera sido en blanco y negro, como el cine mudo... Recuerdo a la Yansy, la perra de mi abuelo de la que ya he hablado aquí, y el paisaje del desierto, con los montes oscuros cerrando el horizonte, de mis días del Sahara. También tengo una imagen de ese mismo lugar, una imagen extraña de tiburones panza arriba, tirados al borde de un camino, (mi madre me explicó que eran para hacer sopa de aleta en la Residencia de Oficiales). Mi muñeca favorita, los perros que iban pasando por nuestra familia, los amigos que dejé atrás en los continuos traslados, los recuerdo peor que los libros que leí o las cuartillas que emborroné con mis primeros pinitos en esto de escribir...

Y lo que nunca, nunca olvidé fueron los días de lágrimas.

Gracias a Dios, mientras sigan ahí las fotos y las películas de 'superocho' que tomó mi padre, y mi madre siga manteniendo su extraordinaria memoria, me quedarán fuentes de las que beber cuando necesite llenar una de mis lagunas...

martes, 6 de octubre de 2009

Tienes un email


Siempre es bonito recibir cartas. Antes, cuando apenas podíamos soñar con lo que es y lo que representa Internet, yo era de esas personas que emborronaban folios y folios con mis sentimientos para luego meterlos en un sobre, ponerles un sello y mandarlos a los cuatro puntos cardinales, porque siempre me ha gustado conocer gente de unos y otros, cuanto más lejos mejor. Y cuanto menos convencionales, mis amigos de lejos y de cerca, mejor que mejor.
Ahora, con esto de los emails, no pasa un día sin que reciba alguna cosa que me hace sonreír. Hoy, por ejemplo, he encontrado dos mensajes de una amiga nueva llenos de música que me han gustado mucho. Así es la Red de redes: una persona que no te conoce de nada, excepto por lo que tú dices de ti misma, te envía algo que supone, acertadamente, que te va a gustar.
Ya he dicho en otro sitio que tengo un cariño especial por mis amigos en el ciberespacio, a los que no he visto nunca, o casi nunca. La amistad ha cambiado, o al menos se ha vuelto de otra manera, y he entregado mi confianza a gente a la que no he mirado nunca a los ojos, o a los que apenas he tratado unas horas. Y esas mismas personas me han aceptado como amiga, y han tenido detalles conmigo como muy pocos de los que me gusta llamar amigos en tiempo real: eso de dedicarme unas fotos de Sean Connery tomadas en un pub de Londres, porque se acordó inmediatamente de mí en cuanto las vio, no tiene precio.
Por estas y otras razones, como hacía con las cartas en papel cuando las recibía, no me gusta borrar los mensajes de correo, y procuro atesorarlos, atascando con ello mis cuentas. De vez en cuando hago limpieza, y elimino aquellos que pesan demasiado porque contienen archivos adjuntos, una vez que guardo éstos, y entonces es cuando me ocurre como hoy, cuando vaciaba una de mis cuentas, y me he encontrado con mensajes de hace un año de alguien de quien ni siquiera me acordaba. Y, con sinceridad, de alguien de quien tampoco tenía gana de acordarme.

Cuando alguien basa su experiencia de vida en el método de ensayo y error, como yo, suele tener bastante claro que cuando algo no funciona, pues no pasa nada: se prueba otra cosa, y ya está. Cuando este método se aplica a las relaciones amorosas, yo supongo que hay que procurar no herir a la otra persona a la hora de hacerle conocer tus sentimientos, y cuando se termina algo hay que sentarse y hablarlo, hay que decirlo a la cara, aunque el otro no se lo tome bien o se sienta estafado, a pesar de que tú le hicieras hincapié en que no hay nada seguro en esta vida, excepto la muerte. Por eso, cuando en mis relaciones he llegado a la conclusión de que no podía dar nada más de mí, siempre he procurado hacerlo así a la hora de decirle a mi pareja que se había acabado, y que no podía ofrecerle otra cosa que mi amistad.

No puedo entender que alguien que me envió mensajes llenos de pasión, en los que me aseguraba que estar a mi lado le hacía sentirse en paz consigo mismo y con el mundo, alguien que me asedió con llamadas, correos y visitas, pudiera dar por terminada la relación mediante el silencio más absoluto. Me pareció una falta de respeto increíble, a la que simplemente respondí con un msm de despedida, (hummmm, ¡las nuevas tecnologías!), porque yo sí tengo lo que hay que tener. No es que me moleste o me hiera, por aquel entonces yo estaba ya convencida de que aquello tenía que terminar, pero él tenía muchas cosas en mente respecto a su futuro y no me escuchaba cuando se lo insinuaba, y, por otra parte, yo había llegado a la conclusión de que aquella relación estaba basada en mi propio egoísmo y en un estúpido intento de ser como todo el mundo, o como yo pensaba que era todo el mundo: intentando ahogar mis sentimientos por Morgil mientras buscaba un acomodo en el amor. Y aquí, mis queridos Lectores Constantes, está la moraleja del cuento: no existe eso del conformismo en mi corazón, no puedo fingir lo que no soy, no puedo evitar tener fuego en el corazón...

jueves, 1 de octubre de 2009

El beso


No estaba preparada para encontrarle al salir de la academia. De repente, al levantar la vista hacia la calle, allí estaba, parado enmedio de la acera, ignorando a los que le rodeaban, mirando directamente hacia mí...
Mi corazón ha pasado, directamente, de un suave trote a un desenfrenado galope, y la sangre se me ha agolpado en la cara, ya estoy completamente colorada, como una cereza. No puedo evitarlo, siempre es igual. Con desesperación, intento mirarme en los cristales del portal, no sé que aspecto ofrezco a esta hora, supongo que estoy despeinada y que el rimmel se me ha corrido hacia abajo, hacia mis ya profundas ojeras, con lo que pareceré un oso panda rubio... Pero ya no tiene remedio, no puedo dar media vuelta y volver arriba, a los servicios, a retocarme. Rápidamente, pesco del interior del bolso una caja de caramelos de menta y me echo uno a la boca. Al menos, el aliento me olerá fresco, o eso promete el envoltorio. Inspiro con fuerza, como si en vez de salir a la calle fuera a sumergirme en el mar, y cruzo el umbral de una zancada.
Me acerco a él, que sigue sin sonreír, y durante un momento nos miramos sin decir nada, hasta que él mueve los labios formando la palabra 'hola', inaudible para mis oídos, sordos a todo excepto al latido de mi propio corazón, y le contesto con una sonrisa que me sale tímida.
Tengo un curioso sentimiento de dèjá vu cuando él me quita la carpeta de las manos, como si aún estuviéramos en el colegio o en la facultad, y echa a andar a mi lado. Me pregunta qué tal la mañana, le contesto que lo mismo de siempre, y quedamos en silencio, en un silencio embarazoso que me irrita y me hace desear estar en otro sitio, a solas, para dejar que las lágrimas corran libremente por mi rostro. Tan inmersa estoy en mi propio y mezquino dolor que no siento que me sujeta por el brazo hasta que estoy frente a él. No me da tiempo a levantar la cabeza para mirarle, porque ya su mano, gentilmente, me sujeta la barbilla, y sus labios tocan los míos, una simple caricia al principio, hasta que su boca se hunde en la mía, y ya no sé donde estoy, ni me importa, no siento otra cosa que sus brazos a mi alrededor, y luego ya no escucho mi corazón, sino el suyo. Cuando nos separamos, aturdida, apoyo la cabeza en su hombro, y su voz triste me dice al oído: 'a veces temo helarte'. ' Y yo abrasarte', le replico. Permanecemos así un instante, como dos adolescentes que han descubierto su primer amor, y luego su mano toma la mía y caminamos de nuevo.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Lucero de la tarde


Casi sin querer, pido un deseo

a la primera estrella de esta noche,
y mi corazón vuela hacia el lucero oscuro,
siempre brillante, aquí, sobre mi cielo,
ese que es el sol de mis tinieblas.
Y mi deseo y tu estrella son uno.

martes, 29 de septiembre de 2009

Antes de que amanezca


Hoy tenía pensado escribir algo muy profundo y muy reflexivo: esas cosas que se dicen después de pensarlas una y otra vez, y al darme cuenta de que eso, precisamente, es uno de los rasgos que menos me gustan de mi carácter, he decidido dejar de pensar en lo que digo para pasar a decir lo que pienso...
Los días se han vuelto más cortos, otra vez, y mientras una parte de mí lamenta que el sol se vaya tan pronto, otra parte, mi parte oscura, la gata amante de la noche, se siente feliz por ello. Antes, cuando era más joven, cuando todavía podía pasar una noche en blanco y no sentirme como un zombi al día siguiente, me gustaba meterme en la cama a leer y el amanecer me encontraba enfrascada en el libro. También podía salir por ahí hasta que el cielo se iluminaba con las rojeces de la aurora, y luego pasarme todo el día de aquí para allá, sin notar la falta de sueño.
Ahora, los años no pasan en balde, y aunque todavía soy un ave nocturna, trasnochadora, que es capaz de aprovechar más si sigue despierta que si se levanta temprano (y de mal humor casi siempre), ya no puedo seguir ese ritmo. Pero hay noches, noches como ésta, en las que el deseo de seguir pensando, de seguir imaginando historias, de escribir un poquito sobre Morgil o sobre mí, me mantiene insomne sin necesidad de estímulos exteriores...
Además, el otoño me produce melancolía. No es que no me guste: es una estación muy bonita, pero me hace sentir el paso del tiempo, que transmuta el verde de las hojas en oro, como un alquimista que hubiera dado con la Piedra Filosofal... Me recuerda que yo también estoy cambiando, que los años no pasan en balde, y que he de tomar decisiones definitivas cuanto antes.
Pero cuando lo intento, la única cosa segura que sé es que no tengo nada seguro, sólo el dolor que inunda mi corazón cuando pienso en él, ya sabéis de quien hablo, mis queridos Lectores Constantes... Pero ni siquiera el dolor dura para siempre...

lunes, 14 de septiembre de 2009

Postales: Edimburgo I (El petirrojo entre las tumbas)


Aún no os he hablado de Edimburgo, de la preciosa, triste, oscura, iluminada y alegre Edimburgo, la ciudad que conocí en Abril de este año. Permitidme que os lo cuente en retazos, en postales que os den una idea de lo que vi, de lo que respiré y sentí durante los cuatro días que duró mi visita...
El petirrojo que preside el centro de la foto, casi como posando para sacar su mejor perfil, voló hasta mí mientras paseaba por uno de los muchos cementerios que salpican la ciudad. En éste las lápidas antiguas estaban ladeadas y torcidas, como si una tormenta, la tormenta del tiempo, supongo, las hubiera movido en todas direcciones. Había altas cruces celtas, pequeñas lajas de piedra volcánica en las que apenas podía leerse el nombre de la persona que yacía debajo; historiadas lápidas de familia, con una larga lista grabada, casi cubiertas por el moho y el verdín producto de la humedad, esa omnipresente humedad que hacía que mi pelo se rizara como cuando me acerco demasiado al mar... Todas aquellas últimas muestras de amor hacia los seres queridos que nos han dejado, la constancia de que hay quien recuerda y de que, tarde o temprano, todos tenemos que seguir ese camino, jalonado con hitos de los que nos precedieron...
Yo estaba fotografiando algunas de esas esquelas de piedra, aquí y allá, buscando sobre todo símbolos masónicos, que ya había descubierto en otros lugares, cuando el pajarillo voló directamente hacia mí y se posó sobre la lápida más cercana a donde yo me encontraba. Parecía un alma perdida, un borrón de color sobre el gris del cielo y de la tierra. Chirrió, con ese canto absurdo y entrecortado de los petirrojos, y se movió a saltitos hasta quedar inmóvil, como esperando que levantara el objetivo y le disparara. Así lo hice, y así quedó plasmado. Luego levantó el vuelo, revoloteó un poco a mi alrededor y se marchó a lo profundo del jardín.
Por la tarde, en la visita a Mary King's Close, cuando nuestra encantadora guía nos habló del fantasma de la pequeña Annie, recordé al pajarillo entre las tumbas, y me pareció que, si el alma de un niño tenía que tomar alguna forma para seguir atada a la tierra, sería la de un petirrojo con el pecho manchado, un petirrojo solitario en un cementerio olvidado.

martes, 8 de septiembre de 2009

Nadie como tú


Miro la luna, una luna creciente que mueve mis mareas, y, mientras la contemplo, iluminando el mar con su luz de plata, pienso en ti.
Siempre pienso en ti, haya o no luna. Qué más da. Te llevo dentro, eres el Oscuro Pasajero que me habita, ese que se cose, como la sombra, a mis pasos. El que deseo, el que quiero, el que necesito. El que no está.
Nadie como tú me conoce. Nadie sabe de mí tanto como tú, ni nadie logrará hacerme sentir como tú lo haces. Ni hacerme temblar con tan sólo mirarme, estremecerme, quedar sin voluntad propia, como haces tú.


Me encuentro caminando por una calle conocida; es mediodía, el sol está en lo más alto, y siento su calor y su beso, mientras recorro la acera hasta doblar una esquina, una esquina que, me doy cuenta de pronto, nunca ha estado ahí hasta ahora, y entonces comprendo que estoy soñando y sonrío, porque sé que enseguida te encontraré.
La calle, en mi sueño, desemboca en el campo, y mientras intento cruzarla, una manada de animales, no sé si son vacas o ciervos, la ocupa completamente, impidiéndome el paso. Estoy parada en la acera, deseando pasar a la opuesta, cuando, entre los ciervos,(o las vacas), veo venir un caballo negro como el azabache, que se acerca, se acerca, se acerca como nadando en una marea de pieles tostadas. Sus ojos, dos espejos oscuros, me miran, y sé que el caballo soy yo, y un momento después estoy montada sobre él, sin silla ni estribos, ambos uno: amazona y montura fundidas en un mismo ser...

(Continúa otro día...)

martes, 1 de septiembre de 2009

Día de playa


Hemos decidido irnos a la playa en esta tarde de sábado tan aburrida, y lo hemos hecho bordeando la costa: la Expo, el puerto, la plaza del Comercio, las Docas, van pasando como imágenes de una linterna mágica; llegamos a los Jerónimos, el monumento a los Descubridores, (siempre me cabrea que hayan incluido a Magallanes porque, a ver, ¿no fue España la que le pagó el viaje?), la Torre de Belém, y así hacia el oeste, siguiendo una carretera que conecta Lisboa con Estoril y Cascais, paralela al océano, en la que, de trecho en trecho, encontramos faros y fuertes, que quedan pendientes de visitar, otra vez será.
En Cascais descubrimos muchas villitas en venta, abandonadas a los elementos, y fantaseamos con la idea de comprar una y dedicar un verano a la restauración. Sería bonito devolver el blanco a esas paredes que han perdido la cal, y el verde a las contraventanas, y reparar las vidrieras con motivos marinos de ésa que asoma sobre el Atlántico. Sería bonito volver todos los años a pasar las vacaciones a un lugar como éste, comer bacalao y bajar cada mañana a la playa.
Por fin llegamos a Guincho, pasado el Cabo Raso, (parece un chiste militar, ¿verdad?), donde la costa es pedregosa, llena de rompientes, hasta la calita arenosa donde desembarcamos con todo nuestro operativo: una niña de dos años y medio y su equipaje; toallas que desentonan, con las Islas Canarias estampadas en el rizo, unas toallas extranjeras en tierra extraña que nos hacen recordar que estamos en el país de la felpa por excelencia, (aunque todos saben que las toallas portuguesas no secan: vox populi, vox Dei, que se dice), crema protectora y jerseys, porque luego refrescará, seguro. Y refresca, claro que sí.
El agua del océano me espera, me tienta, yo sé que no es el mismo mar que amo, al otro lado del Estrecho, mi dulce Mediterráneo de corrientes cálidas y noches estrelladas, pero el Atlántico me recibe con un abrazo, un abrazo frío de amante muerto, el abrazo de un vampiro al que me entrego con escalofríos. Mi piel blanca se vuelve de mármol y mis labios se colorean de azul, como si hubiera estado comiendo arándanos, pero no quiero abandonar esta cuna de agua que me sacude, me lleva, me llena de arena el bikini y el cabello, y que, por fin, (está subiendo la marea), me lanza fuera de sí y me deja, sin aliento, en la orilla.
Me envuelvo en la calidez de las Islas Afortunadas, me peino para secarme el pelo, y me permito un momento sólo para mí, sentada en las rocas, mientras me salpican las olas y el sol abandona el cielo: escucho ‘On the beach ‘ en el ipod. Me gustaría quedarme aquí un rato más, ahora que la luna ilumina el océano, cambiando el blanco de la espuma en plata.

lunes, 24 de agosto de 2009

Nada de nada


No me apetece lo más mínimo saber lo que pasa a mi alrededor, no quiero tener noticias de lo que ocurre fuera de este mundo interior, mío, en el que estoy acurrucada, escuchando a Annie Lennox cantar por el amor de un vampiro, y deseando que alguien, (él), me envuelva en su abrazo y me bese en los labios, o beba mi sangre. Tanto da. Tanto unos como la otra son suyos, y se los entrego sin reservas.
Mi ángel oscuro, ese que hace que mi corazón comience a latir tan deprisa como el de un pájaro al que se sostiene en la mano; el mismo que se esconde en mis sueños, que no muestra su rostro. El que me acompaña desde hace tanto... Aquel que me llevaba de la mano por un sendero entre los árboles, invisibles los dos para los que nos cruzaban, hasta el lugar que era su tumba y nuestro lecho... El amante de una amada que no sabía lo que era amar, pero que hubiera preferido sus dientes en la garganta a todos las caricias que no fueran suyas...
Mi Desconocido, sólo el recuerdo vago de unos ojos claros que se clavaban en los míos, una voz grave y dulce que decía mi nombre, un caminar en sueños, unas lágrimas derramadas que empapaban mi almohada y que, una vez despierta, me hacían llorar otra vez por su amor...
Qué deliciosa sensación, tener la certeza de que, cada noche, volvería a mis sueños, y ¿por qué no?, yo a los suyos, y encontrarnos en esa encrucijada entre lo real y lo onírico, en esa duermevela en la que siempre esperaba despertar en otro lugar, en otro tiempo, junto a él; y ni siquiera me importaba si en la vida o en la muerte...
¿Cuando vendrás, Viajero del alba, Lucero de mi cielo, dulce Guía, a recorrer despacio mis senderos? Sin tí mi noche está como dormida...


domingo, 23 de agosto de 2009

Salvación


En ti encuentro mi destino: estoy segura;
eres tú, tan sólo tú, lo que yo busco.
Contemplo el círculo que has trazado a oscuras,
ese círculo oscuro trazado con mi sangre,
que encierra mi pasado, mi temor y mis lágrimas.
Tú eres mi destino: ahora lo veo.
Ven y sálvame.
Ven, oh, sí, tú solo.
Sálvame.

jueves, 20 de agosto de 2009

Una de amores imposibles


Como lo prometido es deuda, dicen, y yo le prometí a mi querido Consultor Sentimental que en mi siguiente entrada hablaría de los amores imposibles y contaría un caso verídico que conozco de primera mano, paso a exponerlo, no sin antes advertir que los nombres han sido cambiados para proteger la identidad de las personas. xD

Bueno, antes de nada, tengo que dar a conocer la Primera Regla de Alawen en Cuestiones Amorosas: “Ni curas, ni casados, ni saxofonistas”. (Lo de los saxofonistas es negociable). Bastante complicado es el mundo de las relaciones amorosas per se para venir a liarla más con terceras personas o una divinidad. Va a ser que no. Así que ya os podéis imaginar que cuando hablo de un ‘amor imposible’, es porque hay implicado un individuo perteneciente a uno de esos grupos exclusivos, y añadiré que no, no era un saxofonista. (Sí, ya sé que también sería un amor imposible si me enamorase de Ramsés II, pero es que no soy partidaria de la necrofilia… ¿Nos entendemos o nos entendemos?)

El caballero en cuestión, llamémosle M, no tuvo la culpa de nada. Es más, para él yo soy una amiga o, mejor, la hermana que nunca ha tenido. Él ha sido siempre fiel a su compromiso, mientras mi corazón se desangraba por los rincones, porque por mucho que me gustara, por mucho que lo quisiera, por mucho que, cada vez que me lo encontraba, me pasase tres días sin poder pensar con claridad, ya os he dicho que no soy de esas que se interponen entre un hombre y su vocación, ni entre un hombre y su pareja. (Conste que estoy hablando de mí misma: en estas cosas, yo dejo a cada cual con su conciencia.) Así que, como ya he explicado en otro sitio, encerré mis sentimientos en un bote de cristal, cerré la tapa y lo puse en el más oscuro fondo del más alto estante en el desván de la memoria.

Durante algún tiempo, a pesar de evitar los encuentros, de la distancia que, por suerte, hubo de poner entre nosotros por motivos profesionales, su recuerdo me asaltaba en la vigilia; y en sueños era peor: una noche, como ya he dicho aquí, me soñé entre sus brazos, uno de esos sueños vívidos, en el que le tenía tan cerca, tan cerca, esos ojos verdes como agua marina en la que hundirse… Todavía recuerdo el dolor, al despertar… Un detalle curioso: me besaba, y sus labios estaban fríos. Seguramente era mi subconsciente, que me decía que yo no tenía derecho a ese beso.

Reconozco que, a día de hoy, y escribiendo esta entrada, no puedo pensar en M con indiferencia. Pero es que, si recapacito sobre ello, no puedo pensar en ninguno de los hombres a los que he querido con indiferencia. Subrayo lo de ‘a los que he querido’: los que, durante un tiempo limitado, han sido los afortunados poseedores de mi corazón. Y subrayo también lo de afortunados, que diablos, y, si no lo creéis, podéis preguntarles a ellos. Os dirán que ‘lo nuestro’ fue la mejor vuelta en montaña rusa que se pueda desear. Pero sin marearse, ¿eh?

Otro día os enseñaré otro tarro de mi colección.

domingo, 16 de agosto de 2009

Limpieza

Dios mío, cómo está esto de polvo... Parece mentira, como se acumula por todas partes, cubriendo hasta el suelo, flotando en un haz de luz, formando minúsculas motas de oro con el sol de la tarde. Hay un olor penetrante en el aire viciado, me temo que uno de los tarros en los que guardaba recuerdos del verano pasado se ha caído del estante y se ha roto, y el contenido está podrido, manchando el suelo... Por suerte, no es nada que quiera seguir conservando... Abro el ventanuco, procurando no golpearme en la cabeza con el pupo siciliano, (es Orlando, vestido de rojo, con su espada en la mano), que lleva tanto en ese lugar que el clavo del que cuelga está oxidado... Entra la pura luz del día, con un soplo de aire fresco, y me dispongo a limpiar este desorden, por lo menos que quede como estaba el día anterior, porque volver al desván me trae a la cabeza la celebérrima frase de Luis de León: "decíamos ayer..."
Han transcurrido los días del verano, luminosos y azules, (y calurosos, también), como soldaditos en perfecta formación: uno detrás de otro y casi indistinguibles; quizás con la excepción del tiempo pasado en compañía de los míos, que ha sido breve, pero intenso. Me he mantenido sumergida hasta la cintura en el río del tiempo, permitiendo que corriera mientras yo me quedaba inmóvil, otra vez viviendo de las rentas de años pasados, con mi hucha ya casi vacía, malgastando los caudales que no he empleado en 'cosas importantes'...
Demediado agosto, vuelvo la vista atrás, o mejor dicho, afuera. Tengo que abandonar este abatimiento, como se abandona el recuerdo de un amor imposible o un zapato roto. Tengo que despertarme y sacudirme la pereza. Tengo que volver a vivir...
Como Campanilla, tengo el don de encontrar cosas perdidas, perdidas pero no olvidadas... Desde mañana le prestaré más atención al viento, miraré a la cara a la gente con la que me cruzo por la calle, lanzaré mi corazón al mar de la existencia...
Bienvenida de nuevo, me digo a mí misma...


Actualización: Orlando quiere salir a saludar. Cosas de la gente del teatro, que siempre quieren estar en el candelabro:





jueves, 9 de julio de 2009

Lunática


Esta noche, la luna está grande, llena, amarilla. Vuelvo de caminar por las desiertas calles, con el calor aún saliendo del asfalto, escuchando a un lado y otro el refrescante ruido de los aspersores, los chapuzones nocturnos en las piscinas, el ulular de un búho... Grillos que se llaman unos a otros a través de los jardines. Todos los sonidos de la noche, amortiguados por esa sordera inconsciente que nos aisla del exterior cuando vamos pensando en otras cosas, en otras noches...
Camino, sonámbula, y sería capaz de caminar la noche entera envuelta en mis pensamientos, en mis recuerdos... Intento fijar una idea, pero se me escapa, como una estrella peregrina en este cielo veraniego, y luego otra, y otra... Pasan rostros, voces, nombres, algunos olvidados y otros que desearía olvidar. Pero es la bendición y la maldición de la memoria: que nos guarda sorpresas al otro lado de una puerta cerrada, que no esperabas que volviera a abrirse nunca, y que, de repente, gira sobre sus goznes para dejarte ver el interior de algo que puede ser tanto un recuerdo amable como un doloroso momento.
Tengo bastante capacidad de sufrimiento. No es presunción: simplemente, constato un hecho. Y puedo asegurarlo con bastante precisión, si contamos las ocasiones en las que el dolor me ha atrapado, me ha dejado sin aliento y sin lágrimas, para luego dejarme ir, hasta la próxima. Por eso puedo decir que los recuerdos peores no son los dolorosos, sino los absurdos, esos de los que ya nadie, excepto una misma, tiene memoria. Lo que me hizo avergonzarme de mí misma me persigue, me cuelga del cuello como un sambenito intangible que nadie, excepto yo, puede ver...
Ahora me doy cuenta que estoy dejándome llevar por senderos por los que no quiero transitar. Vuelvo lentamente a casa, y al volverme, me encuentro con la mirada fosforescente de mi gato, que me ha seguido en mi periplo, como un silencioso compañero de fatigas. Lo estrecho contra mí, y le susurro que lo quiero mucho, mientras le beso las orejas. Y él, entonces, me mira como con reproche, como diciendo: "¡lunática!"...

jueves, 2 de julio de 2009

Vegetando...

... Bueno, en realidad lo que estoy haciendo es limitando al mínimo mi ingesta de carne y pescado, para centrarme en el consumo de vegetales, huevos y queso. Lo que se dice, estoy siguiendo una dieta ovo-lacteo-vegetariana. Y todo por esos kilitos de más (5 hermosos kilos, 5) que tengo que eliminar. Por supuesto, no tengo ninguna razón clínica, es simplemente que, cuando una llega a cierta edad, es más difícil quitarse peso que ganarlo, y si, encima, te pasas la mitad de día sentada, todavía es peor. Así que, aprovechando el veranito, y que no apetece otra cosa que tomar ensalada, (bueno, unos gelati de Della Palma también apetecen, pero eso es otra historia, llena de calorías), he dejado de comer carne. Y ha sido entonces cuando una amiga ha aprovechado para enviarme la foto.

Y una, que es carnivora del todo, sin trampa ni cartón, ha lamentado muuucchhhhoooo que el tal Hugh Jackman no pueda ser catalogado en la categoría de queso (quesazo, diría yo), sino más bien en la de bistec. Y es que el actor me lleva gustando desde antes de vestirse de Lobezno, pero fue por el papel de Wolverine por lo que me hice fan suya. Porque, además de carnívora, una siempre fue defensora del lobo y le gustaba mucho El hombre y la Tierra, e incluso llegó a conocer en persona a los lobos de Félix Rodríguez de la Fuente, en el zoo de Madrid. Animalitos.

Vale, ya estoy mayor para poner fotos en las carpetas. También me temo que estoy mayor para estas entradas chorras, en las que no digo más que tonterías, pero si alguien quiere cosas serias que se vaya a mi otro blog. Éste lo abrí precisamente con la finalidad de dar rienda suelta al gato que habita en mi alma, un gato juguetón, curioso, con un puntito de ironía y una vena de inmadurez. No lo voy a negar. Siempre he sido, (o me he sentido, puede que sea cosa sicológica), más joven de lo que marca el calendario, y los que me conocen (en persona, quiero decir) os pueden contar que tampoco represento mi edad. Es posible que se deba a que comencé a vivir más tarde que mis coetáneos, o bien porque desciendo, por linea materna, de una familia de longevos. Este año me estoy sintiendo bien conmigo misma, cosa que no lograba desde hace mucho tiempo; creo que he encontrado una estabilidad y una paz, una tregua en mi continua lucha, un olvidarme de mis demonios, que me hace estar feliz. Tengo la sensación de haber comenzado a vivir otra etapa, ya no me preocupan las mismas cosas, ya no me preocupa ser como soy. Me he aceptado. Y ha costado, eh, no penséis otra cosa...

Me temo que, a pesar de este renacer, comienzo a tener fallos de sistema... Se me olvida algo, estoy segura... ¡Claro, si aún no he subido la famosa foto!

Atención, niñas con riesgo cardíaco, abstenerse de mirar...

martes, 30 de junio de 2009

El bucle



Bucle (wikipedia): Un bucle o ciclo, en programación, es una sentencia que se realiza repetidas veces a un trozo aislado de código, hasta que la condición asignada a dicho bucle deje de cumplirse.


Pues eso más o menos ha sido mi vida en los días en los que mi sobrina ha estado en casa: con dos años y tres meses, es capaz de ver una y otra vez la misma película, una de Barbie sobre una princesa que ha sido convertida en caballo volador... Se sienta frente al televisor, y durante los 90 minutos que dura el DVD no se mueve ni apenas respira, excepto para preguntar, todas las veces, que dónde está el caballo cuando la princesa recobra su forma original. Y en cuanto aparecen los títulos de crédito, se pone en pie y dice "mais, mais", que es su manera de ordenar a su titia que le vuelva a poner la película...


Me imagino que, con su corta edad, no entiende nada de la trama, que tampoco ganará un Óscar por su originalidad. Suena la Pastoral de Beethoven mientras Barbie se desliza por el hielo con unos patines, y puede oírse el vuelo de una mosca en la habitación. La música clásica parece ser la que amansa a esta fierecilla, que, dicho sea de paso, es una buena niña, obediente y encantadora, mientras no se le marque en el entrecejo esa vena que anuncia tormenta. Pero, en general, Viví es un sol.

Dentro de unas semanas, a finales de Julio, volverán, y yo volveré a ese bucle en el que dejo de lado mi propia vida para pasar a ser hermana, cuñada y tía, y no por ese orden precisamente, compañera de juegos y visionado de películas...
Y yo, encantada, qué queréis que os diga...