Como lo prometido es deuda, dicen, y yo le prometí a mi querido Consultor Sentimental que en mi siguiente entrada hablaría de los amores imposibles y contaría un caso verídico que conozco de primera mano, paso a exponerlo, no sin antes advertir que los nombres han sido cambiados para proteger la identidad de las personas. xD
Bueno, antes de nada, tengo que dar a conocer la Primera Regla de Alawen en Cuestiones Amorosas: “Ni curas, ni casados, ni saxofonistas”. (Lo de los saxofonistas es negociable). Bastante complicado es el mundo de las relaciones amorosas per se para venir a liarla más con terceras personas o una divinidad. Va a ser que no. Así que ya os podéis imaginar que cuando hablo de un ‘amor imposible’, es porque hay implicado un individuo perteneciente a uno de esos grupos exclusivos, y añadiré que no, no era un saxofonista. (Sí, ya sé que también sería un amor imposible si me enamorase de Ramsés II, pero es que no soy partidaria de la necrofilia… ¿Nos entendemos o nos entendemos?)
El caballero en cuestión, llamémosle M, no tuvo la culpa de nada. Es más, para él yo soy una amiga o, mejor, la hermana que nunca ha tenido. Él ha sido siempre fiel a su compromiso, mientras mi corazón se desangraba por los rincones, porque por mucho que me gustara, por mucho que lo quisiera, por mucho que, cada vez que me lo encontraba, me pasase tres días sin poder pensar con claridad, ya os he dicho que no soy de esas que se interponen entre un hombre y su vocación, ni entre un hombre y su pareja. (Conste que estoy hablando de mí misma: en estas cosas, yo dejo a cada cual con su conciencia.) Así que, como ya he explicado en otro sitio, encerré mis sentimientos en un bote de cristal, cerré la tapa y lo puse en el más oscuro fondo del más alto estante en el desván de la memoria.
Durante algún tiempo, a pesar de evitar los encuentros, de la distancia que, por suerte, hubo de poner entre nosotros por motivos profesionales, su recuerdo me asaltaba en la vigilia; y en sueños era peor: una noche, como ya he dicho aquí, me soñé entre sus brazos, uno de esos sueños vívidos, en el que le tenía tan cerca, tan cerca, esos ojos verdes como agua marina en la que hundirse… Todavía recuerdo el dolor, al despertar… Un detalle curioso: me besaba, y sus labios estaban fríos. Seguramente era mi subconsciente, que me decía que yo no tenía derecho a ese beso.
Reconozco que, a día de hoy, y escribiendo esta entrada, no puedo pensar en M con indiferencia. Pero es que, si recapacito sobre ello, no puedo pensar en ninguno de los hombres a los que he querido con indiferencia. Subrayo lo de ‘a los que he querido’: los que, durante un tiempo limitado, han sido los afortunados poseedores de mi corazón. Y subrayo también lo de afortunados, que diablos, y, si no lo creéis, podéis preguntarles a ellos. Os dirán que ‘lo nuestro’ fue la mejor vuelta en montaña rusa que se pueda desear. Pero sin marearse, ¿eh?
Otro día os enseñaré otro tarro de mi colección.
Bueno, antes de nada, tengo que dar a conocer la Primera Regla de Alawen en Cuestiones Amorosas: “Ni curas, ni casados, ni saxofonistas”. (Lo de los saxofonistas es negociable). Bastante complicado es el mundo de las relaciones amorosas per se para venir a liarla más con terceras personas o una divinidad. Va a ser que no. Así que ya os podéis imaginar que cuando hablo de un ‘amor imposible’, es porque hay implicado un individuo perteneciente a uno de esos grupos exclusivos, y añadiré que no, no era un saxofonista. (Sí, ya sé que también sería un amor imposible si me enamorase de Ramsés II, pero es que no soy partidaria de la necrofilia… ¿Nos entendemos o nos entendemos?)
El caballero en cuestión, llamémosle M, no tuvo la culpa de nada. Es más, para él yo soy una amiga o, mejor, la hermana que nunca ha tenido. Él ha sido siempre fiel a su compromiso, mientras mi corazón se desangraba por los rincones, porque por mucho que me gustara, por mucho que lo quisiera, por mucho que, cada vez que me lo encontraba, me pasase tres días sin poder pensar con claridad, ya os he dicho que no soy de esas que se interponen entre un hombre y su vocación, ni entre un hombre y su pareja. (Conste que estoy hablando de mí misma: en estas cosas, yo dejo a cada cual con su conciencia.) Así que, como ya he explicado en otro sitio, encerré mis sentimientos en un bote de cristal, cerré la tapa y lo puse en el más oscuro fondo del más alto estante en el desván de la memoria.
Durante algún tiempo, a pesar de evitar los encuentros, de la distancia que, por suerte, hubo de poner entre nosotros por motivos profesionales, su recuerdo me asaltaba en la vigilia; y en sueños era peor: una noche, como ya he dicho aquí, me soñé entre sus brazos, uno de esos sueños vívidos, en el que le tenía tan cerca, tan cerca, esos ojos verdes como agua marina en la que hundirse… Todavía recuerdo el dolor, al despertar… Un detalle curioso: me besaba, y sus labios estaban fríos. Seguramente era mi subconsciente, que me decía que yo no tenía derecho a ese beso.
Reconozco que, a día de hoy, y escribiendo esta entrada, no puedo pensar en M con indiferencia. Pero es que, si recapacito sobre ello, no puedo pensar en ninguno de los hombres a los que he querido con indiferencia. Subrayo lo de ‘a los que he querido’: los que, durante un tiempo limitado, han sido los afortunados poseedores de mi corazón. Y subrayo también lo de afortunados, que diablos, y, si no lo creéis, podéis preguntarles a ellos. Os dirán que ‘lo nuestro’ fue la mejor vuelta en montaña rusa que se pueda desear. Pero sin marearse, ¿eh?
Otro día os enseñaré otro tarro de mi colección.
4 comentarios:
Querida Ana, oye, qué raro se me hace llamarte por tu nombre, jeje. Bueno al lío, que te he dejado un premio en mi blog y, espero te guste. Besiño y gracias por preocuparte...
Cara Raquel, muchas gracias por el premio y por tu amistad.
Ahora mismo voy a recogerlo y a saludarte.
Besos
Pocas se hubieran detenido ante un "casado" que se cruza en su camino,querida Alawen!
De tus reglas,en amoríos:ni curas ni casados ni saxofonistas...jejee...yo sólo tenía la regla tajante del casado!...ni agua !
Me encantan "tus juguetes"!
Estaré atenta a la siguiente apertura de tarro...
Betti, me encanta que te encanten mis juguetes, para eso están, para que todos lo pasemos bien.
Reconozco que yo soy la que más los disfruta, pero me gusta mucho compartirlos con vosotros.
Besos
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