viernes, 30 de octubre de 2009

Naufragio

Hacía ya muchas noches que no me acostaba así: sintiendo como la cama se eleva y da vueltas, como la de la niña de El Exorcista, mientras mi pobre cerebro se mueve en dirección contraria, a la misma velocidad; y con el corazón latiéndome en las sienes. ¿El culpable?: 1/3 parte de vodka, 2/3 partes de zumo de naranja. En una palabra: destornillador. O mejor, una caja de herramientas enterita...
No estoy borracha. Simplemente, el grado de alcohol en sangre es demasiado elevado para una persona de mi peso y complexión. Pero no estoy borracha. Yo NUNCA me emborracho. Sé perfectamente lo que hago, intento no dar un traspiés que me lleve al suelo, y mientras camino hacia mi cama voy apoyándome en la pared del pasillo, a falta de un hombro en el que dejar caer mi peso, a falta de unos brazos que me sostengan, a falta de una boca que besar un momento antes de traspasar la puerta, con un beso que es un adelanto de lo que ocurrirá hasta la mañana. Pero mejor así: tengo demasiada dignidad como para permitir que nadie me vea perder la verticalidad y caer al suelo.
Dios, qué le habrá dado a esta habitación para dar tantas vueltas a mi alrededor. Ahora, parece que va un poco más lenta, y yo reflexiono sobre lo que ha pasado. Si ayer mismo, por la tarde, me hubieran dicho lo que ocurriría, cómo esas palabras atravesarían el cerco de mis dientes, no lo hubiera creído. Y es que, dentro, muy dentro de mí, la criatura cobarde que me habita ha estado impidiendo hasta ahora que esto suceda. Pero, de alguna manera, quizás porque 'in vino, veritas', me he comportado como siempre he deseado hacerlo. Y las cosas han quedado claras, nítidas, como esculpidas en hielo, ese hielo que se iba fundiendo en el vodka, ese mismo hielo que cubre tu alma y que mantiene frío tu helado corazón.

jueves, 29 de octubre de 2009

Otoño


Como cada vez que llega el otoño, siento esa imperiosa necesidad de marcharme, de dejar todo lo que hago y lo que me rodea, lo que tengo y lo que me hace ser como soy; simplemente echar a andar hacia un destino en el que nadie me conozca, en el que pueda ser yo, o el yo que vive en mí y que pocas veces muestro.
No lo hago nunca, y no se por qué. No me detiene ni el amor, ni la necesidad ni el remordimiento. No se muy bien lo que es la fidelidad, excepto la fidelidad a uno mismo que vivo cada día, que es mi credo y mi más profunda convicción. Supongo que no estoy preparada para emprender ese viaje, que todavía hay cosas aquí que tengo que vivir y soñar, sentir y sufrir, amar y disfrutar.
Me siento como un soldado curtido en mil batallas, con la piel cubierta de cicatrices, que aún empuña su arma, preparado para seguir luchando, pero deseando la hora del armisticio, si es posible con la victoria de su lado. Dejar las trincheras para marchar lejos, poder abandonar la armadura, porque ya no la necesitaré.
Temo que un día me decida y me lance, sin pensar, hacia delante, sin mirar lo que dejo. Hoy, enredada en este amor que tiene más de desamor que otra cosa, en este absurdo perseguir tu fantasma, me imagino que corto estas débiles amarras y hago zarpar el barco de mi vida.
No queda mucho para que ni siquiera seas un recuerdo en un trozo de papel.

Y un último apunte: hace unos días, una amiga, al presentarme a unos amigos suyos, lo hizo como 'Alawen', y al ir a rectificar, dijo: 'es que no me acostumbro a llamarte por tu nombre'. Será que mi AKA es más mío de lo que yo creía...


miércoles, 21 de octubre de 2009

De la mano de mi ángel



Yo no sé si os ha ocurrido alguna vez, que habéis sentido la presencia de vuestro ángel de la guarda más cercana que nunca... No me refiero a eso que se dice cuando alguien se salva de forma milagrosa de un accidente o enfermedad, sino a esos momentos de pura y completa soledad en los que el corazón se sobrecoge, encerrado en sí mismo, intentando escapar del dolor y del miedo, y entonces, casi imperceptible, el roce de un ala te acaricia la mejilla, y las lágrimas se detienen y es como si se hubiera encendido una pequeña llama de esperanza en medio del pecho.

Pero no es eso lo que os quiero contar. Mis sueños son como pasadizos a otros mundos, a otros lugares que no conozco, o que si conozco no tengo memoria de ellos. Mis sueños suelen comenzar, como ya he contado, cuando camino por una calle conocida y doblo una esquina hacia lo desconocido... Yo caminaba por mi calle, cuesta abajo, hacia un lugar donde hay un pequeño grupo de almendros amargos, que en primavera se cuajan de flores. Las casas conocidas, a un lado y a otro, se fueron distanciando, y poco a poco me adentré en un paisaje campestre que bien podía haber sido pintado por un prerrafaelita. De pronto, tuve consciencia de que no estaba sola, sino que iba conversando tranquilamente con alguien, que me llevaba de la mano. No puedo recordar su rostro, una vez más, y eso me consume en las horas de vigilia, cuando, como casi todas las noches, permanezco insomne en mi cama, contemplando como pasan las horas muertas mientras el resto del mundo duerme.
Mi compañero, del que guardo, como digo, un recuerdo vago, sonreía, sonreía siempre, mientras yo intentaba saludar a la gente con la que nos cruzábamos: unas veces eran conocidos y otros eran completos extraños, a los que yo, por alguna razón que tenía esa lógica ilógica de los sueños, intentaba hacer señas. Pero nadie me respondía, y, por fin, mi sonriente acompañante dijo, como quien comenta que va a llover, que nadie iba a responder a mi saludo porque no podían vernos. Porque yo estaba muerta, y era mi espíritu el que caminaba por el sendero desconocido. Y él era mi ángel, que me guiaba en mi camino.
Si tuve miedo o tristeza, no lo recuerdo. El único sentimiento que cabía en mi alma era la alegría, un gozo que parecía volver todo más brillante, como la luz última del sol bajo los árboles. Y mientras seguía sin temor a mi compañero, sentía su mano cálida en la mía...

martes, 20 de octubre de 2009


Tus dedos, como los dedos de la lluvia, me recorren la espalda.
Tus finos, delicados dedos; esas manos que reconozco al instante,
sólo con sentir su tacto.
Tus manos, tus brazos que me envuelven;
tus brazos, que me someten,
gentilmente, dulcemente, contra tu pecho,
y escucho latir tu corazón al compás del mío,
mientras mis lágrimas se secan contra tu camisa;
mis lágrimas como la lluvia de Otoño.
Y tú y yo somos sólo lluvia.

lunes, 19 de octubre de 2009

Volviendo a mis orígenes...


Echo la vista atrás, a mi lista de entradas, y veo que, de un tiempo a esta parte estoy más prolífica, será quizás que tengo más ganas de contar cosas o que vamos entrando irremediablemente en el Otoño más desapacible, y con el cambio de tiempo mi alma muda, como un pájaro que vuela hacia el Sur ante los primeros fríos.
También es posible que ya hace bastante, más de un año, que he dejado de hacer experimentos emocionales para centrarme en mi miseria y mi tristeza, dicho esto sin ánimo de buscar consuelo, sino simplemente constatando un hecho. No puedo, no quiero abandonar el estado en el que me encuentro, en el que soy tan feliz siendo tan desgraciada.
Vamos, no es que me dedique a llorar por los rincones; siempre he creído lo que decía mi madre sobre las lágrimas, que derramar unas cuantas es bueno y necesario, pero que pasarse el día llorando lo único que hace es destrozar los ojos, y ¿que haré si no me quedan ni ojos para llorar?

Me recuerdo a mí misma escribiendo casi cada día, en una libreta de muelle, en mi Diario, contando lo que me ocurría, o simplemente lo que se me ocurría. Escribiendo cuentos y versos, explicándome a mí misma los pormenores de mi vida adolescente. Hace tanto tiempo ya, y parece que estuviera al alcance de la mano. El colegio, el instituto, donde tan buenos y tan malos ratos pasé, como todo el mundo, porque la adolescencia es como una posesión diabólica, te sientes diferente de todos y de ti misma, no sabes lo que quieres, o quieres algo que no sabes lo que es. Y nadie puede ayudarte, tienes que despertarte un día y comprobar que todo ha vuelto a su lugar dentro de tu alma.

Pero estoy escribiendo esto, rápidamente, casi sin pensar, porque mi mente está centrada en él. Un fin de semana transcurrido y otra oportunidad perdida para hacer algo; no me gusta la inactividad ni la espera. Pero cuando no se espera, se pierde la esperanza. Si todo quedara claro podría ser estupendo... o un completo desastre... Así que, mientras juego con las expectativas como un gato con un ovillo de lana, envolviéndome en ellas, sigo manteniendo la fe en que lo que somos tendrá un final feliz, bueno, un final no, un principio...
Será que todavía creo en los cuentos de hadas...

domingo, 18 de octubre de 2009

Postales: Edimburgo II (Míster Sherlock Holmes)


Me diréis, y no sin razón, que Sherlock Holmes tenía su casa en Londres, concretamente en el 221B de Baker Street... pero he aquí que, al tercer día de estar en Edimburgo, y justo detrás de mi hotel, por pura casualidad, me encontré con esta estatua en la calle, (Picardy Place, que le dicen) donde Conan Doyle había nacido... y yo había pasado tres días sin saberlo...
Cualquiera que tenga una mínima relación conmigo sabe que Sherlock Holmes es uno de mis personajes favoritos de la literatura. Incluso, rellenando uno de esos estúpidos (y divertidos) tests en Facebook, lo nombré como 'mi amor imposible' (lo que llevó a algún amigo a reírse de mí, con cariño y eso, pero cachondeito hubo...). Pues sí, para que negarlo, me encanta este hombre tan frío y tan lógico, científico y misógino, como me encanta Spok, qué le voy a hacer, me atraen los tipos sin sentimientos y con sangre verde en las venas... Creo que uno de los momentos más felices de mi vida fue el descubrimiento de una serie de Granada TV, protagonizada por Jeremy Brett, (que Dios tenga en Su Gloria), que sigue, casi fielmente, los relatos detectivescos de Conan Doyle, (que escribió más cosas, de Historia y tal, pero cuya inmortalidad debe a este personaje al que odiaba cordialmente, y al que intentó asesinar, algo que nunca podré perdonarle, ni con la redención de resucitarle para nosotros, sus lectores)
Aparte de la atracción que ejerce sobre mí el personaje, el ver un monumento a alguien que no era un asesino caníbal, en Edimburgo, fue un cambio refrescante. Después de haber tomado el lunch en el edificio en el que Deacon Brodie, (personaje en el que Stevenson se inspiró para dar vida a su Doctor Jeckill), alguacil de día y asaltador de caminos de noche, había vivido; después de fotografiarme a la sombra de la fuente que señala el lugar en el que se ahogaba a las brujas; después de leer esquelas y epitafios en honor de masones ilustres, el encontrar en efigie a un recto servidor de la Ley, un hombre que había dedicado su vida a perseguir el crimen, un héroe, aunque sea de ficción, que representa a los Hijos de la Luz, fue como un hito que me hizo contemplar la sombría capital del norte con otros ojos.
Para mi disfrute total, enfrente del monumento hay un pub, cuya imagen podéis ver más abajo, en el que, a la salud de Sherlock Holmes, nos tomamos una pintas...



(Dedicada mi amigo el Cowboy en paro, con mucho cariño. Marce, no cambies nunca)


sábado, 17 de octubre de 2009


Me desvanezco,
bajo la lluvia artificial, caliente,
que me besa la piel como tus besos...
Me desvanezco
en la niebla con olor a flores
que se levanta bajo mis pies...
Mi cuerpo,
atrapado en una jaula de agua;
mi espíritu, liberado de su hechizo ...

martes, 13 de octubre de 2009

Emilio


Casi no te recordaba,

ni al prado, o las mariposas:
Yo misma, en mi vestido de domingo,
parecía una de ellas, entre la hierba alta.
Siete años en flor, te miraban mis ojos
y veían en tus diez la madurez y el orden.
Hoy encontré una carta en el armario,
en la que te juraba que te amaría siempre.
Nunca te la envié.
¿Donde estará mi amado, Emilio niño,
el que contaba cuentos y tejía coronas
de blancas margaritas y me hacía su reina?
En mi recuerdo está junto a una fuente,
en un día de sol, tras la Misa de doce,
mientras el río corre abajo, entre zarzales,
y yo canto en voz baja, y él me besa los dedos.

lunes, 12 de octubre de 2009

Juguetes viejos...

Una foto mía, supongo que debía tener 3 ó 4 años cuando me la hicieron, posiblemente en la guardería, encontrada en una caja llena hasta los bordes de fotos antiguas. Me he cubierto de polvo al sacarla del estante en el que estaba, olvidada, como si tuviera la intención de perderme el pasado que esas fotos representan... Me miro y me reconozco, ya que sigo siendo yo; ahora con más años, pero la mirada a la cámara es la misma: una mezcla de timidez y desconfianza, porque siempre salgo fatal en las fotos. Qué le vamos a hacer.




Hago un esfuerzo por recordar aquellos días, pero es inútil. Mi memoria parece tan perdida como estaba esta foto, simplemente no tengo recuerdos de la infancia, o al menos los que tengo son como la fotografía: imágenes fijas, sin color ni sonido, como si el mundo hubiera sido en blanco y negro, como el cine mudo... Recuerdo a la Yansy, la perra de mi abuelo de la que ya he hablado aquí, y el paisaje del desierto, con los montes oscuros cerrando el horizonte, de mis días del Sahara. También tengo una imagen de ese mismo lugar, una imagen extraña de tiburones panza arriba, tirados al borde de un camino, (mi madre me explicó que eran para hacer sopa de aleta en la Residencia de Oficiales). Mi muñeca favorita, los perros que iban pasando por nuestra familia, los amigos que dejé atrás en los continuos traslados, los recuerdo peor que los libros que leí o las cuartillas que emborroné con mis primeros pinitos en esto de escribir...

Y lo que nunca, nunca olvidé fueron los días de lágrimas.

Gracias a Dios, mientras sigan ahí las fotos y las películas de 'superocho' que tomó mi padre, y mi madre siga manteniendo su extraordinaria memoria, me quedarán fuentes de las que beber cuando necesite llenar una de mis lagunas...

martes, 6 de octubre de 2009

Tienes un email


Siempre es bonito recibir cartas. Antes, cuando apenas podíamos soñar con lo que es y lo que representa Internet, yo era de esas personas que emborronaban folios y folios con mis sentimientos para luego meterlos en un sobre, ponerles un sello y mandarlos a los cuatro puntos cardinales, porque siempre me ha gustado conocer gente de unos y otros, cuanto más lejos mejor. Y cuanto menos convencionales, mis amigos de lejos y de cerca, mejor que mejor.
Ahora, con esto de los emails, no pasa un día sin que reciba alguna cosa que me hace sonreír. Hoy, por ejemplo, he encontrado dos mensajes de una amiga nueva llenos de música que me han gustado mucho. Así es la Red de redes: una persona que no te conoce de nada, excepto por lo que tú dices de ti misma, te envía algo que supone, acertadamente, que te va a gustar.
Ya he dicho en otro sitio que tengo un cariño especial por mis amigos en el ciberespacio, a los que no he visto nunca, o casi nunca. La amistad ha cambiado, o al menos se ha vuelto de otra manera, y he entregado mi confianza a gente a la que no he mirado nunca a los ojos, o a los que apenas he tratado unas horas. Y esas mismas personas me han aceptado como amiga, y han tenido detalles conmigo como muy pocos de los que me gusta llamar amigos en tiempo real: eso de dedicarme unas fotos de Sean Connery tomadas en un pub de Londres, porque se acordó inmediatamente de mí en cuanto las vio, no tiene precio.
Por estas y otras razones, como hacía con las cartas en papel cuando las recibía, no me gusta borrar los mensajes de correo, y procuro atesorarlos, atascando con ello mis cuentas. De vez en cuando hago limpieza, y elimino aquellos que pesan demasiado porque contienen archivos adjuntos, una vez que guardo éstos, y entonces es cuando me ocurre como hoy, cuando vaciaba una de mis cuentas, y me he encontrado con mensajes de hace un año de alguien de quien ni siquiera me acordaba. Y, con sinceridad, de alguien de quien tampoco tenía gana de acordarme.

Cuando alguien basa su experiencia de vida en el método de ensayo y error, como yo, suele tener bastante claro que cuando algo no funciona, pues no pasa nada: se prueba otra cosa, y ya está. Cuando este método se aplica a las relaciones amorosas, yo supongo que hay que procurar no herir a la otra persona a la hora de hacerle conocer tus sentimientos, y cuando se termina algo hay que sentarse y hablarlo, hay que decirlo a la cara, aunque el otro no se lo tome bien o se sienta estafado, a pesar de que tú le hicieras hincapié en que no hay nada seguro en esta vida, excepto la muerte. Por eso, cuando en mis relaciones he llegado a la conclusión de que no podía dar nada más de mí, siempre he procurado hacerlo así a la hora de decirle a mi pareja que se había acabado, y que no podía ofrecerle otra cosa que mi amistad.

No puedo entender que alguien que me envió mensajes llenos de pasión, en los que me aseguraba que estar a mi lado le hacía sentirse en paz consigo mismo y con el mundo, alguien que me asedió con llamadas, correos y visitas, pudiera dar por terminada la relación mediante el silencio más absoluto. Me pareció una falta de respeto increíble, a la que simplemente respondí con un msm de despedida, (hummmm, ¡las nuevas tecnologías!), porque yo sí tengo lo que hay que tener. No es que me moleste o me hiera, por aquel entonces yo estaba ya convencida de que aquello tenía que terminar, pero él tenía muchas cosas en mente respecto a su futuro y no me escuchaba cuando se lo insinuaba, y, por otra parte, yo había llegado a la conclusión de que aquella relación estaba basada en mi propio egoísmo y en un estúpido intento de ser como todo el mundo, o como yo pensaba que era todo el mundo: intentando ahogar mis sentimientos por Morgil mientras buscaba un acomodo en el amor. Y aquí, mis queridos Lectores Constantes, está la moraleja del cuento: no existe eso del conformismo en mi corazón, no puedo fingir lo que no soy, no puedo evitar tener fuego en el corazón...

jueves, 1 de octubre de 2009

El beso


No estaba preparada para encontrarle al salir de la academia. De repente, al levantar la vista hacia la calle, allí estaba, parado enmedio de la acera, ignorando a los que le rodeaban, mirando directamente hacia mí...
Mi corazón ha pasado, directamente, de un suave trote a un desenfrenado galope, y la sangre se me ha agolpado en la cara, ya estoy completamente colorada, como una cereza. No puedo evitarlo, siempre es igual. Con desesperación, intento mirarme en los cristales del portal, no sé que aspecto ofrezco a esta hora, supongo que estoy despeinada y que el rimmel se me ha corrido hacia abajo, hacia mis ya profundas ojeras, con lo que pareceré un oso panda rubio... Pero ya no tiene remedio, no puedo dar media vuelta y volver arriba, a los servicios, a retocarme. Rápidamente, pesco del interior del bolso una caja de caramelos de menta y me echo uno a la boca. Al menos, el aliento me olerá fresco, o eso promete el envoltorio. Inspiro con fuerza, como si en vez de salir a la calle fuera a sumergirme en el mar, y cruzo el umbral de una zancada.
Me acerco a él, que sigue sin sonreír, y durante un momento nos miramos sin decir nada, hasta que él mueve los labios formando la palabra 'hola', inaudible para mis oídos, sordos a todo excepto al latido de mi propio corazón, y le contesto con una sonrisa que me sale tímida.
Tengo un curioso sentimiento de dèjá vu cuando él me quita la carpeta de las manos, como si aún estuviéramos en el colegio o en la facultad, y echa a andar a mi lado. Me pregunta qué tal la mañana, le contesto que lo mismo de siempre, y quedamos en silencio, en un silencio embarazoso que me irrita y me hace desear estar en otro sitio, a solas, para dejar que las lágrimas corran libremente por mi rostro. Tan inmersa estoy en mi propio y mezquino dolor que no siento que me sujeta por el brazo hasta que estoy frente a él. No me da tiempo a levantar la cabeza para mirarle, porque ya su mano, gentilmente, me sujeta la barbilla, y sus labios tocan los míos, una simple caricia al principio, hasta que su boca se hunde en la mía, y ya no sé donde estoy, ni me importa, no siento otra cosa que sus brazos a mi alrededor, y luego ya no escucho mi corazón, sino el suyo. Cuando nos separamos, aturdida, apoyo la cabeza en su hombro, y su voz triste me dice al oído: 'a veces temo helarte'. ' Y yo abrasarte', le replico. Permanecemos así un instante, como dos adolescentes que han descubierto su primer amor, y luego su mano toma la mía y caminamos de nuevo.