Abuelo
seguía con la mirada el desarrollo del juego: Timmy lanzaba con todas sus
fuerzas el palo hacia la laguna y Spot corría a buscarlo y se lo devolvía. Una,
y otra, y otra vez.
-
No lo lances al agua, - advirtió Abuelo,
al notar que la trayectoria parabólica que describía el palo se iba ampliando
hasta acercarse peligrosamente a la orilla. Timmy hizo un gesto de
asentimiento, y su siguiente lanzamiento fue mucho más corto. “Menos mal que es
obediente”, pensó Abuelo, “ya pasó mi momento de correr detrás de los
respondones”.
La
brisa se movió sobre la hierba, y Abuelo pensó que estaba demasiado alta y que
ya era tiempo de segarla. Había mucho trabajo, además: reponer las cercas que
la última tormenta había tirado al suelo, escardar el jardín y repoblar los
arriates. Mañana, se dijo, mañana iré a las cercas y dejaré que Timmy se
encargue del jardín. No todo puede ser juego, tiene que hacerse responsable.
Desde
el interior del habitáculo que tenía a su espalda llegó un sonido inconfundible
de cacharros y vajilla que hizo que Timmy dejara de lanzar el palo y se
volviera a mirar. Spot se colocó a su lado, venteando ansiosamente, y Abuelo se
echó a reír.
-
Vamos, es la hora de cenar, ya podéis
entrar. – El palo cayó a tierra. Al pasar junto a Abuelo, Timmy se paró un
momento.
-
Abuelo, ¿era así? ¿Siempre ha sido así?
¿Siempre era verano? ¿Los niños lanzaban los palos y un Spot los recogía y se
los traía de vuelta? – Abuelo meditó un momento y, por fin, acarició la
superficie metálica de la cabeza de Spot.
-
No, no siempre era verano, - respondió,
y el pequeño Timmy pareció satisfecho con la respuesta, y entró.
Abuelo
se quedó un momento fuera, mirando el cielo que se volvía rojo por momentos al
oeste, mientras al este se oscurecía. Las luciérnagas comenzaron a brillar
entre los juncos de la laguna y el croar de las ranas llenó el aire.
No,
antes no siempre era verano. Las estaciones se sucedían, aunque él no estaba
muy seguro de cómo. Sabía que a veces hacía tanto frío que la lluvia se
convertía en nieve, una cosa blanca que cubría todo con un manto para que los
niños jugaran en él, y que los árboles, alguna vez, habían perdido sus hojas,
una idea que se le antojaba espantosa, en el momento llamado otoño, para luego
recuperarlas en el tiempo llamado primavera.
Ahora,
la savia de los árboles se mantenía en estasis, impidiendo que se
desarrollaran. Los frutos no entraban en sazón, a no ser que se les indujera
artificialmente para conseguir semillas con las que repoblar. Sólo la hierba se
negaba a la exigencia de permanecer sin cambios.
Aquella
era la idea principal: evitar los cambios. Había que adaptarse, claro, y así
entraron en juego los sustitutos. Spot, por ejemplo, era un sustituto en estado
puro. Se había creado para suplir a los perros, en el ya lejano y olvidado
2015, como un ente sin inteligencia ni capacidad de aprendizaje, poco menos que
un cuerpo metálico con cuatro patas casi arácnidas que imitaban de forma burda
los movimientos del animal al que intentaban reemplazar. Nada que ver con el
Spot que jugaba con Timmy, que era capaz de aprender por el procedimiento de
prueba y error.
Tampoco
las luciérnagas eran otra cosa que diminutos drones, que emitían los ruidos
nocturnos. Todo había sido diseñado para imitar las vidas que se habían
perdido, para mantener todo conforme a lo que había sido el mundo de los
creadores. Abuelo pensó que ya era hora de explicarle a Timmy cuál era su
misión.
-
Esperamos el regreso del Hijo del Hombre,
- se dijo, convencido, sin saber que aquella certidumbre no era otra cosa que
parte de su programación.