- A ti lo que te falta es magnesio.
Lo dice así, y se queda tan pancho. Magnesio, sí, pienso yo mientras me ronda por la cabeza la imagen de una guantá bien dada, a mano abierta, sobre esa sonrisa boba. Magnesio, dice.
Es la astenia. O algo. Pero no es el magnesio. Llevo desde febrero tomando cada mañana un comprimido efervescente de vitamina C con magnesio. Y con ginseng, o sea que tampoco es falta de ginseng. Y como me miente la cafeína, le doy.
No tengo ganas de nada. Excepto, quizás, de hacer la maleta, una maleta pequeña de poco peso, una de esas de fin de semana en la que cabe poco más que una muda y unas zapatillas, y dejarlo todo y a todos y marcharme a un lugar remoto y exótico. O por lo menos remoto.
Pero, en vez de empaquetar, me quedo quieta contemplando la pared. A mis oídos llega el runrun de la televisión, donde alguien dice algo que otro contesta. Y así llevamos desde diciembre. Y, de pronto, me asalta la idea de que, por mucha astenia, por muy pocas ganas de hacer nada que tenga, la mala leche no toma un respiro, y me siento, de pronto, como se debía sentir Juana de Arco al ponerse al frente de las tropas: con ganas de pelea y de triunfar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario