Había sido una escena del crimen
como otra cualquiera de las que había visto el inspector Torres hasta que el
sargento Bermúdez, inclinado sobre uno de los cuerpos, había comentado:
-
Nadie lo diría a primera vista, pero la chica no es una chica, es un
neumático.
Torres miró más detenidamente el
“cadáver”. Ahora percibió las sutiles diferencias del cabello y la piel con los
de un ser humano: un tenue resplandor que un cuerpo muerto no tendría, la falta
de rigidez en las extremidades. El operario forense lo movió, dejándolo boca
arriba, los ojos abiertos de par de par, ojos azules que, cuando retiró las
lentillas, se volvieron dorados, constatando que era un “neumático”, nombre
popular que se daba a los robots.
-
¿Qué ha ocurrido aquí? – se preguntó el inspector en voz alta. No
esperaba una respuesta, pero el sargento, mientras inspeccionaba la herida del
muerto, contestó, señalando la escena para dar más énfasis a su teoría.
-
Creo… Él estaba sentado a la
mesa, ella, bueno, el neumático, estaba a su lado, de pie. Él se levantó de
pronto, tirando la silla, y la golpeó en la cabeza con la botella. Siguió con
los golpes durante un rato, de rodillas sobre el cuerpo; luego se puso en pie y
se apoyó en el aparador. Sacó la pistola, le disparó en la cabeza y luego se pegó
un tiro.
Torres asintió, distraídamente.
No tenía dudas sobre el relato de los hechos que Bermúdez había hecho. Lo que
había querido preguntar era el trasfondo de lo ocurrido, qué llevaba a un
hombre joven a destruir un robot por el que se había preocupado tanto como para
personalizarlo a su gusto, y luego suicidarse. Se volvió a los técnicos y alzó
la voz.
-
Está claro, sí. Les dejo que terminen su trabajo. Bermúdez, si quiere
le acerco a comisaría, no tenemos nada que hacer aquí.
Pasó toda la tarde intranquilo,
rumiando la escena del “no-asesinato/suicidio” de la mañana, como la había
llamado el sargento en un raro momento de humor. Se habían escrito los
informes, se había dado por archivado el caso y, sin embargo, no estaba
satisfecho. Era una de las escasas veces en su carrera en la que la motivación
le interesaba más que el hecho.
Por fin, con los dedos doloridos
de tamborilear en la mesa mientras buscaba una respuesta, se dirigió al
departamento técnico, en uno de los
pisos bajos del edificio. Llamó y le respondió una mujer, a la que le explicó
sus dudas. Llevaba consigo una copia del expediente del muerto y la técnico le
echó un vistazo. Al ver el nombre en el encabezamiento, hizo un gesto de pesar
que sorprendió a Torres.
-
Le conocía, ¿sabe? Estudiamos juntos la secundaria. – Dijo ella, a
modo de explicación, y él asintió. La mujer desapareció unos minutos en el
almacén del laboratorio, para regresar con el robot femenino, que había sido
recogido como prueba. Envuelto en plástico y sobre una camilla, daba toda la
impresión de ser un auténtico cadáver, otra vez, tanto que ambos comenzaron a
hablar en susurros.
-
¿Cree usted que podríamos saber lo que ocurrió antes de que fuera
destruida? ,- la técnico asintió.
-
Este modelo no es muy reciente, lleva tarjeta de memoria que podemos
leer con un dispositivo común. Los más modernos descargan sus datos en la nube,
para acceder a ellos se necesita una clave. Así que sí, si la tarjeta no fue
muy dañada, claro.
Bajo el cabello artificial, de un rubio
subido y con un corte de pelo sofisticado, se accedía a un puerto en el que se
alojaba el “cerebro” del robot. La tarjeta no había recibido daños y la técnico
tardó muy poco en leerla en uno de los ordenadores de la sala. En el monitor
aparecieron distintas carpetas que almacenaban la información de las funciones
del androide, pero la que les interesaba era una que había sido renombrada como
Recuerdos. Dentro había una recopilación de vídeos, ordenados cronológicamente.
Por un momento, los investigadores dudaron sobre cuál abrir.
-
¿Quiere ver el último o…?
-
Abra uno al azar, por favor.
En el monitor apareció, viva y sonriente, la
imagen del propietario del robot. Estaban viendo lo mismo que veían los ojos
artificiales.
-
Hola, preciosa, - decía el difunto, - ¿has dormido bien? , - “Debía dejarla hibernando para ahorrar
energía”, - murmuró la técnico. En la pantalla se sucedían las imágenes, un
poco distorsionadas y confusas, en las que el muerto hablaba por los codos
sobre sí mismo y las circunstancias de su vida que cambiarían con el robot.
Probaron con otros vídeos, en todos sucedía más o menos lo mismo, aunque era
evidente que el androide estaba siendo programado poco a poco por su dueño.
-
Creo que pretendía convertirla en su pareja, - dijo la técnico. En su
rostro se dibujó una sonrisa despectiva. – Pobre. Siempre se fijaba en ese tipo
de mujer. Esas que nunca se fijarían en él. Pobre. – Repitió, y se puso
colorada. Ante la mirada estupefacta del inspector, bajó los ojos y añadió: - A
mí me gustaba, en aquella época pero, claro, nunca se hubiera fijado en mí.
Torres pensó que era bajita y atractiva, y
que la forma en la que le caía un mechón de cabello oscuro sobre los ojos era
un placer para la vista. Y se ruborizó a su vez. Ambos permanecieron en
silencio unos instantes, que él rompió para pedirle que pusiera el último
vídeo. La escena era la misma, la misma habitación, la misma conversación, o,
mejor dicho, el mismo monólogo. El suicida se sentaba a la mesa, como había
adivinado el sargento, y comía algo precocinado ante la mirada impasible del
robot. De repente, la voz ligeramente metálica del androide había pronunciado
el nombre de su dueño. Él la miró, entre sorprendido y esperanzado.
-
Lo siento. No eres tú. Soy yo. – Había añadido la máquina, dejando
pasmado por un momento a su interlocutor. Luego, la expresión de él se
transformó en ira y furia. El inspector pidió a su compañera que parase la
grabación. Ya sabía lo que iba a ocurrir después. Hubo otro silencio mientras
la mujer apagaba los monitores y recogía las pruebas. Escribió un escueto
informe bajo la mirada de Torres, que firmó al final y se miró el reloj.
-
Ya es más que hora de irse a casa. ¿Le apetecería cenar conmigo? –
Durante la cena, ambos se sintieron a gusto en compañía del otro. Algo había
salido bien de aquel caso, pensó él, al acompañarla a casa. Al despedirse, en
el portal, lo comentó con ella, y el gesto de la mujer volvió a mostrar una
mezcla de pena y guasa.
-
Pobre. – Repitió. – Después de todo, hasta el final ha sido un
pagafantas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario