viernes, 16 de noviembre de 2018

Vampiros



- La gente, - dijo en voz alta Tristán, dirigiéndose a un público inexistente, - la gente, - repitió con cierta sorna, - no cree que existan los vampiros, pero ya os digo yo que existen.
Hizo una pausa dramática, en la que aprovechó para beber un sorbito de té haciendo un ruido gracioso, como un "sip", y se escaldó la lengua. Puso cara de sorpresa-dolor-ira, todo en un momento, y dejó la taza. Resopló, mientras se volvía a mirar el monitor. Estaba esperando, pacientemente, que se actualizara. Al ver que no cambiaba nada se encogió de hombros y sonrió.
- Los vampiros,  - continuó, con un tono ciertamente doctoral, - no son esas criaturas que beben sangre de vírgenes, visten con capa y sólo duermen de día. No, - movió el índice de un lado a otro y su sonrisa se volvió, de alguna forma, siniestra, - nada de eso. Los vampiros son... somos, mejor dicho, otra cosa. Aunque no tan distinta... - su voz se apagó y se sumió en sus pensamientos.
Se había dado cuenta de ello hacía tiempo: él era un vampiro, uno que buscaba su alimento en las redes sociales, aprovechando los huecos que dejaban algunas personas, apegándose a ellas, como un pez rémora; sorbiendo, lentamente, pedacitos de sus biografías, hasta...
- Hasta que se vacían, se quedan sin nada que darme, y entonces mueren y desaparecen.

Lo de "morir y desaparecer" no era literal, claro. Eran aislados, eliminados y borrados, e incluso bloqueados, a veces. Incluso en la sociedad imaginaria de Internet la gente actúa de forma gregaria, y los caídos en desgracia son rápidamente desechados y olvidados. No todos eran susceptibles de ser "víctimas", claro, pero, para un ojo experto como el suyo, era tan fácil distinguirlos como a un león elegir un ñu de entre un rebaño de ñus. 
- ¿Ñus o ñúes?, - se preguntó en voz alta. Bah, no importaba. Aquella vez no era un ñu, no era más que una ovejita, o, mejor dicho, un hámster, un aburrido perfil con menos de doscientos amigos. A primera vista podía parecer un don nadie, con sus cancioncitas melódicas, sus tazas de té, (que publicaba a las cinco en punto de la tarde todos los días), sus "Me gusta" en páginas de cocina y de motor... pero bajo toda aquella mediocridad se escondía un personaje capaz de mantener los mismos amigos con los que había comenzado, al que se le amontonaban los comentarios en aquellas anodinas publicaciones. Y era porque tenía algo, algo que era el alimento y, a la vez, lo más detestado por el vampiro: una inaguantable popularidad.
Así que Tristán había comenzado, despacito, su labor de zapa. Logró hacerse amigo de más de la mitad de los que componían la lista de su víctima, (aunque para ello tuviera que mermar la suya, ya que la red social tenía un límite, algo muy injusto a su parecer). Luego, era cuestión de interactuar con aquellos amigos comunes continuamente, y, a ser posible, en el propio muro del expoliado en cuestión.  Como resultado, pronto conocería los puntos más débiles de esas amistades, y podría pasar a la segunda fase, el momento en el que, a base de mensajes privados, socavaría la confianza de los demás hasta conseguir que, poco a poco, desapareciera toda aquella molesta notoriedad.
También había que mimetizarse, y adoptar el mismo tono, los mismos gustos. De ahí que él, un apasionado bebedor de café, estuviera sorbiendo una infusión de hierbas en aquel mismo momento. Al menos se había enfriado lo suficiente como para disfrutarla, y se la terminó pausadamente. 
Navegó durante un rato en la red. Empezaba a sentir que algo no iba bien. El perfil del hámster, habitualmente muy activo, había estado extrañamente silencioso desde hacía unos días. Echando la vista atrás, aquello se remontaba al día en que su víctima cumplió los años, una jornada especialmente activa para Tristán, que había logrado incluso contestar en alguna de las felicitaciones sin ningún rubor por su parte. Ya se sentía seguro, la asimilación era completa, casi se movía en aquel muro como si fuera el suyo propio y, entonces, de repente y sin ningún aviso, se hizo el silencio. Hubo algunas publicaciones ajenas (a las que él también contestó, por supuesto), pero el propietario del perfil permaneció mudo, casi como... como si se hubiera muerto de verdad. Sintió un escalofrío al pensarlo, tanto tiempo empleado para nada. Sacudió la cabeza, desechando esos pensamientos fúnebres, y decidió pasar por su propio perfil, para renovar su depósito de confianza. Tardó menos de un segundo en darse cuenta de que el número de sus amigos, 4892, se había visto reducido en uno. 

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