En uno de los cuentos de Las Mil y una Noches, Sherezade relata al rey la historia de tres hermanos, hijos de un rey, que compiten por la mano de una princesa. Una tras otra, los tres príncipes pasan las pruebas propuestas por su futuro suegro, empatando siempre. Por fin, en la prueba decisiva, una competición de arquería en la que ganará aquel que lance una flecha más lejos, cuando los jueces van a comprobar los tiros descubren que la saeta lanzada por el más jóven de los príncipes ha desaparecido, y por mucho que la buscan, no logran encontrarla. Así, (en una muestra de injusticia, creo yo), se declara vencedor a uno de los hermanos mayores.
El menor de los hijos del rey, intrigado por la desaparición de la flecha, decide investigar por su cuenta, y se pone en camino hacia donde supone que ha caído. Recorre kilómetros y kilómetros hasta que la encuentra en el lugar más inverosímil: una hermosa dama la sostiene en la mano. Es un hada (djinn), que ha guiado al príncipe hasta ella y con la que éste se desposa, consiguiendo el don de la inmortalidad que su mujer le otorga con sus poderes mágicos. La historia continúa, pero el resto no importa para exponer lo que sigue.
Los tres hermanos del cuento bien podrían ser el corazón, la cabeza y el alma de un mismo ser humano. Mientras los dos primeros luchan por lo que tienen delante, y se conforman con los logros materiales y con el amor humano, el alma anhela algo más, y persigue la flecha a través de la fe, una fe que no proviene de sí misma, sino de Alguien que se la ha concedido como un don, para ayudarle a buscar. En algunos casos, el encuentro con ese Alguien superior a las cosas del mundo se convierte en Vocación, y el viajero lo abandona todo y se entrega al Amor en plenitud.
En otros, como el príncipe del cuento, se retorna al mundo y a la consecución de otros objetivos, loables y necesarios, pero ya el corazón y la cabeza han sido transformadas por el encuentro, y todo se contempla a la luz de ese Amor: el amor de Dios.
1 comentario:
Aquel hombre que camina con Dios por la playa. El hombre, enfadado, recrimina a Dios que a lo largo de su vida, por qué en los momentos difíciles Dios no ha estado con él y le ha abandonado ante la adversidad.
Dios señala en la arena dos hileras de huellas que corren paralelas y una de ellas aparece y desaparece a intervalos.
- Hijo mío, ese es el camino que has recorrido en tu vida. ¿Ves esa fila de huellas?. Ese soy yo caminando a tu lado.
- Sí, pero ¿ves?. Cuando me sentí solo, cuando me faltaron las fuerzas, cuando no pude continuar, tus pisadas desaparecen.
- No hijo, no son las mías las que desaparecen, sino las tuyas, porque cuando no podías seguir adelante, yo te cargaba sobre mis hombros.
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