Dicen que es por la entrada de aire venido de África, nada que ver con el calentamiento global, un simple movimiento de las capas de la atmósfera que hace que el termómetro suba, y suba, y alcance los 40º sin ningún tipo de compasión.
Yo, que de meteorología entiendo lo mismo que de física cuántica, me imagino ese viento caliente atravesando las dunas, creando un mar de arena amarilla, soplando hacia el Norte, cruzando el mar, y entrando, oportunista, entre dos capas más frías, azules ellas, que se estremecen al sentir su caricia de fuego. Y cuando llega a mí, un poco menos cálido, el soplo ardiente es ya una brisa que seca, en un instante, las gotas de agua que caen sobre mi espalda, y que me recuerdan la caricia de tus dedos.
No queda lugar donde esconderse. Sólo el chapoteo intermitente en la piscina, agua azul, agua blanca, la sombra artificial del toldaje, la sombra verde de los álamos en el césped, reseco a pesar de los riegos...
Me siento al borde del agua, y salpico, como si fuera una niña, con los pies, mientras espero el cambio, el aire fresco que, tarde o temprano, sacudirá los álamos, venido de la sierra. No hay prisa. Todo cambia, nada permanece.
1 comentario:
El aire africano es seeeco y caliente, como la "calima" que recibimos, alrededor de dos veces al año en Canarias.
Un cálido saludo
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