viernes, 20 de marzo de 2009

La cosecha del hada


Un campesino, al sacar el cubo del pozo, se encontró con que, en vez de agua, había una linda muchacha sentada en él. Como no es frecuente que esto ocurra, y menos aún que la moza que sale del pozo esté completamente seca, el campesino comprendió al instante que aquella joven era un hada.
El hada, sentándose en el brocal del pozo, alabó mucho al labrador por el respeto con el que trataba la tierra que cultivaba y el cariño que demostraba por los animales que cada día le ayudaban en su labor. El joven contestó que era su obligación cuidarlos, ya que de la tierra ganaba su sustento y el de sus animales, y éstos no sólo eran compañeros de trabajo, sino que le acompañaban en su vida solitaria. Porque el campesino vivía muy lejos del pueblo, al que sólo iba un par de veces al año para vender su cosecha y aprovisionarse de lo que necesitaba y no podía conseguir por sí mismo, y en cuanto a su familia, hacía tiempo que sus padres habían muerto y sus hermanos se habían ido lejos, buscando su destino.
El hada le dijo que conocía todo aquello, y que si había salido del pozo era para proponerle una forma de acabar con su triste soledad, y era que se casaría con él y le ayudaría en sus labores. El mozo aceptó inmediatamente, pero advirtió al hada que él apenas tenía nada que ofrecerle. Ella le replicó que no se preocupara porque muy pronto le haría rico. El campesino, encantado con estas expectativas, no tuvo nada más que objetar. Así que se casaron.
Un día de primavera, el labrador llegó a su casa muy pensativo, y su mujer le preguntó qué le pasaba. Él contestó que venía de los pomares, y que los brotes de los manzanos le habían parecido distintos a los de otros años. Ella, muy tranquilamente, le contestó que no debía preocuparse, pero que había lanzado un hechizo sobre los campos y aquel año la cosecha no sería igual que las anteriores.
Llegó el tiempo en el que se recogen las manzanas sin que hubiera ninguna: los árboles seguían cubiertos de las extrañas flores que habían aparecido en las ramas, y así continuaron mientras en las otras granjas ya habían empezado a producir la sidra.
El malhumor del campesino iba en aumento, aunque su esposa le tranquilizaba diciendo que tenía que tener un poco de paciencia, pero cuando las hojas de los demás árboles cayeron y el invierno llegó hasta los campos, el hombre perdió los estribos y maldijo el momento en que había encontrado al hada del pozo.
Cuando llegó a su casa, estaba vacía, y parecía como si nunca hubiera vivido allí nadie, excepto él. Todavía enfadado, se alegró de estar solo de nuevo y mientras se iba a la cama, después de una cena fría, decidió que al día siguiente arrancaría los manzanos para plantar unos nuevos.
Se levantó temprano, y caminó hacia los pomares bajo un alegre sol invernal. Parecía haber reflejos de luz entre los manzanos, y al acercarse comprobó que las flores habían desaparecido y en su lugar NO había manzanas, sino unos extraños frutos luminosos con forma de estrella.
Sintiéndose de repente muy cansado, se dejó caer al pie de un árbol y contempló aquel espectáculo inusitado. Lo único que acertaba a pensar era que no sabía quién le compraría aquella extraña cosecha, ya que no parecía que aquella fruta tuviera ninguna utilidad.
Mientras pensaba esto, un carruaje acertó a pasar por el camino que lindaba con su granja. El coche se paró frente al pomar, y de él descendió el rey de aquel país, acompañado de su reina, que contemplaron los árboles con asombro. A una señal del monarca, el labriego se acercó a la carroza y el rey le compró todos aquellos frutos de luz, y le apalabró las cosechas venideras, y le entregó a cambio suficiente oro como para que el campesino no tuviera que volver a trabajar la tierra nunca más.
Sin embargo, y aunque ahora se había cumplido la promesa del hada del pozo, el hombre no era lo feliz que había supuesto que sería cuando fuera rico. Echaba de menos su vida de antes, y sobre todo echaba de menos al hada. Así que sus días transcurrían melancólicos junto al pozo del que ella había salido. Y si el hada volvió junto a él, compadecida por su tristeza y arrepentimiento, el cuento no lo dice.

Pero es lo que suele pasar cuando uno tiene algo y no le da el valor que merece. O peor aún, uno se enamora de un hada pero espera que el hada no se comporte como tal.

5 comentarios:

Cowboy en paro dijo...

todo eso esta muy bien, pero si yo voy a sacar agua un día de estos para mis chuchos y me saco a Monica o a Gretchen estoy dispuesto a apechugar con lo que venga, que se comporten como lo que son, a mi no me importa :)

Anónimo dijo...

lo que de verdad apetece es buscar, encontrar apenas tiene interés, se acaba la emoción

Ana Garcia dijo...

El dinero no da la felicidad, ayuda, pero no lo es todo. Hay que apreciar, mimar y valorar lo que tenemos seguro, empezando por un ser querido. Si tentamos demasiado a la suerte, puede que nos abandone algún día cansada de nuestra ambición. “Cosechas lo que siembras”... y si siembras codicia, cosecharás soledad.

Me ha gustado tu cuento, es para reflexionar un ratito. Un beso enorme tocaya:-)

Alawen dijo...

# Marce, tú es que eres de lo que ya no queda... XD

# Santiago, la búsqueda por sí misma no tiene sentido si no se espera encontrar algo. Pero no te negaré que lo mejor de un viaje puede ser el viaje en sí mismo, no el llegar...

# Fair Lady, me alegra que te haya gustado mi "experimento".
Otro gran beso para tí.

S. Cid dijo...

Sí, el hada volvió junto a él. Si no..., el cuento de hadas no tendría final feliz, porque... ¿qué es, al fin, la pasta sin amor?

Muy bonito cuento, querida Alawen. Ahora, unos dibujos bonitos y a publicar: el otro día supe de una presentación de libro infantil que vi (el libro, no la presentación) y aquello nada tiene que hacer con tu cuento.