sábado, 2 de julio de 2011

Síndrome de Estocolmo



La besó, torpemente al principio, luego poniendo más ardor en la tarea, al sentir que ella le respondía con franco entusiasmo… Sus manos, que había mantenido enterradas en la cabellera de la mujer mientras la atraía hacia sí, bajaron hasta los hombros, y de allí a la cintura femenina. Pronto sus dedos exploraron el ligero vestido, buscando cierres que abrir y cremalleras que bajar. Hubo un silencioso forcejeo mientras la desvestía, intentando a la vez mantenerla tan cerca de su cuerpo como fuera posible… Ella se reía suavemente, con su voz grave y sensual, poniéndole todavía más nervioso y más impaciente. La prenda fue arrojada lejos, y quedó desnuda ante él. La separó de sí para contemplarla, haciendo que ella se ruborizara. La mujer le había confesado una y otra vez que era muy vergonzosa, pero él no lo había creído, no al menos hasta ver como se arrebolaba y bajaba los ojos ante su mirada. Aquella mezcla de timidez y pasión le resultaba tan excitante… Volvió a estrecharla entre sus brazos, y le recorrió la espalda con las puntas de los dedos. Ella enterró el rostro en su hombro y le mordió con suficiente fuerza como para dejar la marca de sus dientes en su piel, pero no tanta como para hacerle daño, y él pensó que, en cualquier momento, iban a verse rodeados por las llamas…

Entonces, ocurrió… Lo notó claramente: por alguna razón, la atención de ella había dejado de estar por completo allí. Seguía respondiendo a sus caricias, mostrándose tan ardiente como antes, pero una parte de ella se había retraído a su interior, dejando un vacío que él casi podía tocar.

La apartó de sí para mirarla a la cara y se encontró con que tenía los ojos llenos de lágrimas. Confuso, le preguntó si le había hecho daño, y ella, desviando la mirada, contestó que no. Aquel gesto fue una revelación. Se enfureció y la sujetó por los hombros para obligarla a volver el rostro.

- ¿Otra vez lo mismo? – gritó. Ella asintió levemente, con un gesto desvalido que hizo que la furia le abandonara, para dejar paso a una amarga decepción. Mirándole directamente, respondió:

- Lo siento, no he podido evitarlo, - no le dijo que, durante un segundo, mientras él la besaba, una imagen espontánea, la imagen de unos ojos grises en un rostro resuelto, había aparecido en su mente, haciendo que todo su deseo, toda su pasión, se desviaran hacia aquel otro hombre. Pero, aunque no se lo dijo, el que estaba junto a ella adivinó lo que ocurría y se apartó del todo.

- Eres patética, - dijo en un susurro. Cruelmente, añadió: - Pues para él no existes, no le interesas, ni siquiera te mira cuando te tiene delante... - Ella levantó la cabeza, y, sorprendentemente, sonrió.

- No me importa... Claro que tú no puedes entenderlo...

1 comentario:

Militos dijo...

Niña, que el mío marido tiene los ojos grises,¡Cuidadin! jaja...

Me ha gustado mucho este juguete tuyo, calentito y nostálgico. Qué bien se está en este rincón.
Un beso grande