No estaba preparada para encontrarle al salir de la academia. De repente, al levantar la vista hacia la calle, allí estaba, parado enmedio de la acera, ignorando a los que le rodeaban, mirando directamente hacia mí...
Mi corazón ha pasado, directamente, de un suave trote a un desenfrenado galope, y la sangre se me ha agolpado en la cara, ya estoy completamente colorada, como una cereza. No puedo evitarlo, siempre es igual. Con desesperación, intento mirarme en los cristales del portal, no sé que aspecto ofrezco a esta hora, supongo que estoy despeinada y que el rimmel se me ha corrido hacia abajo, hacia mis ya profundas ojeras, con lo que pareceré un oso panda rubio... Pero ya no tiene remedio, no puedo dar media vuelta y volver arriba, a los servicios, a retocarme. Rápidamente, pesco del interior del bolso una caja de caramelos de menta y me echo uno a la boca. Al menos, el aliento me olerá fresco, o eso promete el envoltorio. Inspiro con fuerza, como si en vez de salir a la calle fuera a sumergirme en el mar, y cruzo el umbral de una zancada.
Me acerco a él, que sigue sin sonreír, y durante un momento nos miramos sin decir nada, hasta que él mueve los labios formando la palabra 'hola', inaudible para mis oídos, sordos a todo excepto al latido de mi propio corazón, y le contesto con una sonrisa que me sale tímida.
Tengo un curioso sentimiento de dèjá vu cuando él me quita la carpeta de las manos, como si aún estuviéramos en el colegio o en la facultad, y echa a andar a mi lado. Me pregunta qué tal la mañana, le contesto que lo mismo de siempre, y quedamos en silencio, en un silencio embarazoso que me irrita y me hace desear estar en otro sitio, a solas, para dejar que las lágrimas corran libremente por mi rostro. Tan inmersa estoy en mi propio y mezquino dolor que no siento que me sujeta por el brazo hasta que estoy frente a él. No me da tiempo a levantar la cabeza para mirarle, porque ya su mano, gentilmente, me sujeta la barbilla, y sus labios tocan los míos, una simple caricia al principio, hasta que su boca se hunde en la mía, y ya no sé donde estoy, ni me importa, no siento otra cosa que sus brazos a mi alrededor, y luego ya no escucho mi corazón, sino el suyo. Cuando nos separamos, aturdida, apoyo la cabeza en su hombro, y su voz triste me dice al oído: 'a veces temo helarte'. ' Y yo abrasarte', le replico. Permanecemos así un instante, como dos adolescentes que han descubierto su primer amor, y luego su mano toma la mía y caminamos de nuevo.
Mi corazón ha pasado, directamente, de un suave trote a un desenfrenado galope, y la sangre se me ha agolpado en la cara, ya estoy completamente colorada, como una cereza. No puedo evitarlo, siempre es igual. Con desesperación, intento mirarme en los cristales del portal, no sé que aspecto ofrezco a esta hora, supongo que estoy despeinada y que el rimmel se me ha corrido hacia abajo, hacia mis ya profundas ojeras, con lo que pareceré un oso panda rubio... Pero ya no tiene remedio, no puedo dar media vuelta y volver arriba, a los servicios, a retocarme. Rápidamente, pesco del interior del bolso una caja de caramelos de menta y me echo uno a la boca. Al menos, el aliento me olerá fresco, o eso promete el envoltorio. Inspiro con fuerza, como si en vez de salir a la calle fuera a sumergirme en el mar, y cruzo el umbral de una zancada.
Me acerco a él, que sigue sin sonreír, y durante un momento nos miramos sin decir nada, hasta que él mueve los labios formando la palabra 'hola', inaudible para mis oídos, sordos a todo excepto al latido de mi propio corazón, y le contesto con una sonrisa que me sale tímida.
Tengo un curioso sentimiento de dèjá vu cuando él me quita la carpeta de las manos, como si aún estuviéramos en el colegio o en la facultad, y echa a andar a mi lado. Me pregunta qué tal la mañana, le contesto que lo mismo de siempre, y quedamos en silencio, en un silencio embarazoso que me irrita y me hace desear estar en otro sitio, a solas, para dejar que las lágrimas corran libremente por mi rostro. Tan inmersa estoy en mi propio y mezquino dolor que no siento que me sujeta por el brazo hasta que estoy frente a él. No me da tiempo a levantar la cabeza para mirarle, porque ya su mano, gentilmente, me sujeta la barbilla, y sus labios tocan los míos, una simple caricia al principio, hasta que su boca se hunde en la mía, y ya no sé donde estoy, ni me importa, no siento otra cosa que sus brazos a mi alrededor, y luego ya no escucho mi corazón, sino el suyo. Cuando nos separamos, aturdida, apoyo la cabeza en su hombro, y su voz triste me dice al oído: 'a veces temo helarte'. ' Y yo abrasarte', le replico. Permanecemos así un instante, como dos adolescentes que han descubierto su primer amor, y luego su mano toma la mía y caminamos de nuevo.
3 comentarios:
caminemos, ven
Recoñes....me he quedado....bloqueada...!
Joooo, Alawen.
Publicar un comentario