Siempre es bonito recibir cartas. Antes, cuando apenas podíamos soñar con lo que es y lo que representa Internet, yo era de esas personas que emborronaban folios y folios con mis sentimientos para luego meterlos en un sobre, ponerles un sello y mandarlos a los cuatro puntos cardinales, porque siempre me ha gustado conocer gente de unos y otros, cuanto más lejos mejor. Y cuanto menos convencionales, mis amigos de lejos y de cerca, mejor que mejor.
Ahora, con esto de los emails, no pasa un día sin que reciba alguna cosa que me hace sonreír. Hoy, por ejemplo, he encontrado dos mensajes de una amiga nueva llenos de música que me han gustado mucho. Así es la Red de redes: una persona que no te conoce de nada, excepto por lo que tú dices de ti misma, te envía algo que supone, acertadamente, que te va a gustar.
Ya he dicho en otro sitio que tengo un cariño especial por mis amigos en el ciberespacio, a los que no he visto nunca, o casi nunca. La amistad ha cambiado, o al menos se ha vuelto de otra manera, y he entregado mi confianza a gente a la que no he mirado nunca a los ojos, o a los que apenas he tratado unas horas. Y esas mismas personas me han aceptado como amiga, y han tenido detalles conmigo como muy pocos de los que me gusta llamar amigos en tiempo real: eso de dedicarme unas fotos de Sean Connery tomadas en un pub de Londres, porque se acordó inmediatamente de mí en cuanto las vio, no tiene precio.
Por estas y otras razones, como hacía con las cartas en papel cuando las recibía, no me gusta borrar los mensajes de correo, y procuro atesorarlos, atascando con ello mis cuentas. De vez en cuando hago limpieza, y elimino aquellos que pesan demasiado porque contienen archivos adjuntos, una vez que guardo éstos, y entonces es cuando me ocurre como hoy, cuando vaciaba una de mis cuentas, y me he encontrado con mensajes de hace un año de alguien de quien ni siquiera me acordaba. Y, con sinceridad, de alguien de quien tampoco tenía gana de acordarme.
Cuando alguien basa su experiencia de vida en el método de ensayo y error, como yo, suele tener bastante claro que cuando algo no funciona, pues no pasa nada: se prueba otra cosa, y ya está. Cuando este método se aplica a las relaciones amorosas, yo supongo que hay que procurar no herir a la otra persona a la hora de hacerle conocer tus sentimientos, y cuando se termina algo hay que sentarse y hablarlo, hay que decirlo a la cara, aunque el otro no se lo tome bien o se sienta estafado, a pesar de que tú le hicieras hincapié en que no hay nada seguro en esta vida, excepto la muerte. Por eso, cuando en mis relaciones he llegado a la conclusión de que no podía dar nada más de mí, siempre he procurado hacerlo así a la hora de decirle a mi pareja que se había acabado, y que no podía ofrecerle otra cosa que mi amistad.
No puedo entender que alguien que me envió mensajes llenos de pasión, en los que me aseguraba que estar a mi lado le hacía sentirse en paz consigo mismo y con el mundo, alguien que me asedió con llamadas, correos y visitas, pudiera dar por terminada la relación mediante el silencio más absoluto. Me pareció una falta de respeto increíble, a la que simplemente respondí con un msm de despedida, (hummmm, ¡las nuevas tecnologías!), porque yo sí tengo lo que hay que tener. No es que me moleste o me hiera, por aquel entonces yo estaba ya convencida de que aquello tenía que terminar, pero él tenía muchas cosas en mente respecto a su futuro y no me escuchaba cuando se lo insinuaba, y, por otra parte, yo había llegado a la conclusión de que aquella relación estaba basada en mi propio egoísmo y en un estúpido intento de ser como todo el mundo, o como yo pensaba que era todo el mundo: intentando ahogar mis sentimientos por Morgil mientras buscaba un acomodo en el amor. Y aquí, mis queridos Lectores Constantes, está la moraleja del cuento: no existe eso del conformismo en mi corazón, no puedo fingir lo que no soy, no puedo evitar tener fuego en el corazón...
Ahora, con esto de los emails, no pasa un día sin que reciba alguna cosa que me hace sonreír. Hoy, por ejemplo, he encontrado dos mensajes de una amiga nueva llenos de música que me han gustado mucho. Así es la Red de redes: una persona que no te conoce de nada, excepto por lo que tú dices de ti misma, te envía algo que supone, acertadamente, que te va a gustar.
Ya he dicho en otro sitio que tengo un cariño especial por mis amigos en el ciberespacio, a los que no he visto nunca, o casi nunca. La amistad ha cambiado, o al menos se ha vuelto de otra manera, y he entregado mi confianza a gente a la que no he mirado nunca a los ojos, o a los que apenas he tratado unas horas. Y esas mismas personas me han aceptado como amiga, y han tenido detalles conmigo como muy pocos de los que me gusta llamar amigos en tiempo real: eso de dedicarme unas fotos de Sean Connery tomadas en un pub de Londres, porque se acordó inmediatamente de mí en cuanto las vio, no tiene precio.
Por estas y otras razones, como hacía con las cartas en papel cuando las recibía, no me gusta borrar los mensajes de correo, y procuro atesorarlos, atascando con ello mis cuentas. De vez en cuando hago limpieza, y elimino aquellos que pesan demasiado porque contienen archivos adjuntos, una vez que guardo éstos, y entonces es cuando me ocurre como hoy, cuando vaciaba una de mis cuentas, y me he encontrado con mensajes de hace un año de alguien de quien ni siquiera me acordaba. Y, con sinceridad, de alguien de quien tampoco tenía gana de acordarme.
Cuando alguien basa su experiencia de vida en el método de ensayo y error, como yo, suele tener bastante claro que cuando algo no funciona, pues no pasa nada: se prueba otra cosa, y ya está. Cuando este método se aplica a las relaciones amorosas, yo supongo que hay que procurar no herir a la otra persona a la hora de hacerle conocer tus sentimientos, y cuando se termina algo hay que sentarse y hablarlo, hay que decirlo a la cara, aunque el otro no se lo tome bien o se sienta estafado, a pesar de que tú le hicieras hincapié en que no hay nada seguro en esta vida, excepto la muerte. Por eso, cuando en mis relaciones he llegado a la conclusión de que no podía dar nada más de mí, siempre he procurado hacerlo así a la hora de decirle a mi pareja que se había acabado, y que no podía ofrecerle otra cosa que mi amistad.
No puedo entender que alguien que me envió mensajes llenos de pasión, en los que me aseguraba que estar a mi lado le hacía sentirse en paz consigo mismo y con el mundo, alguien que me asedió con llamadas, correos y visitas, pudiera dar por terminada la relación mediante el silencio más absoluto. Me pareció una falta de respeto increíble, a la que simplemente respondí con un msm de despedida, (hummmm, ¡las nuevas tecnologías!), porque yo sí tengo lo que hay que tener. No es que me moleste o me hiera, por aquel entonces yo estaba ya convencida de que aquello tenía que terminar, pero él tenía muchas cosas en mente respecto a su futuro y no me escuchaba cuando se lo insinuaba, y, por otra parte, yo había llegado a la conclusión de que aquella relación estaba basada en mi propio egoísmo y en un estúpido intento de ser como todo el mundo, o como yo pensaba que era todo el mundo: intentando ahogar mis sentimientos por Morgil mientras buscaba un acomodo en el amor. Y aquí, mis queridos Lectores Constantes, está la moraleja del cuento: no existe eso del conformismo en mi corazón, no puedo fingir lo que no soy, no puedo evitar tener fuego en el corazón...
2 comentarios:
nada como ser uno mismo, pero también te digo que casi prefiero un silencio gradual que unas palabras que me hagan polvo de golpe
Un silencio gradual,es el olvido y la indiferencia, que tampoco me gusta,querida Alawen, y nada mejor...que ponerlo ...de patitas en el ciberespacio, de forma definitiva y...a otra cosa!
Pero todas ésas vivencias,qué caray! nos llenan de experiencia....y sabrás,con exactitud cuando aparezca ése "Sean Connery" de tu vida!
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